Son muchos los estudios que abordan el sueño y todo lo que rodea a este, desde cuántas horas necesita dormir una persona al día, cómo perjudica al organismo la falta de sueño, la mejora hora para irse a acostar, los trastornos de sueño que existen hasta si es bueno dormir sin ropa.
Una de estas investigaciones ha puesto el foco en cómo dormimos, concretamente en la postura, y cómo afecta esta en el organismo. La conclusión a la que llega dicho estudio es que la posición lateral es mejor que la supina -boca arriba- y que la prono -boca abajo con la cabeza de lado-.
Mientras dormimos aumenta el espacio que rodea a las células. En este espacio se sitúa el líquido intersticial que, según explica el Instituto Estadounidense del Cáncer, ayuda a traer oxígeno y nutrientes a las células y a extraer desperdicios de ellas.
A medida que se forma nuevo líquido intersticial, el líquido viejo se transporta hacia los vasos linfáticos convirtiéndose en linfa o tejido tisular.
El primer beneficio que plantea la investigación, según explica Saúl Sánchez, nutricionista y preparador físico, en su cuenta de X, es que dormir de lado ayuda a eliminar dichos compuestos de desecho al facilitar su transporte hacia el sistema linfático.
A pesar de esta evidencia, la duda que plantea el estudio es hasta qué punto el hecho de cambiar de posición mientras se duerme afecta a la calidad del aclaramiento linfático y de la eliminación de los desechos.
En segundo lugar, esta posición requiere un menor esfuerzo respiratorio disminuyen la resistencia vascular y favoreciendo al descanso y a la recuperación.
El motivo por el que los médicos inciden tanto en la importancia de dormir entre 7 y 8 horas diarias en adultos es porque la falta de horas de sueño aumenta el riesgo, a largo plazo, de padecer una afectación en el sistema inmunológico o desarrollar algunos cánceres, hipertensión y diabetes.
Además de esto, recientemente Carlos Egea, presidente de la Federación Española de Sociedades Médicas del Sueño (FESMES), incidió en que dormir menos de seis horas y media diarias reduce la efectividad de las vacunas hasta un 20%.