El cambio de hora de primavera es el más esperado por gran parte de la población, sin embargo y aunque parezca contradictorio es el que más efectos negativos tiene para la salud, en comparación con el cambio de hora de otoño.
Durante la madrugada del 31 de marzo, cuando en el reloj den las 2:00 a.m., en realidad, serán las 3:00 a.m. De esta forma, el último domingo de marzo tendrá 23, en lugar de 24 horas. Ante esta reducción, ¿qué le sucede a nuestro organismo?
"Nuestro reloj biológico tiene unas 24 horas y media en la mayoría de las personas, por lo que, al reducir el día a 23 horas no somos capaces de adelantar nuestras rutinas porque no tenemos sueño ni hambre", explica la Dra. María José Martínez Madrid, coordinadora del grupo de trabajo de Cronobiología de la Sociedad Española de Sueño.
Sin embargo, en el cambio de hora de otoño sí que nos cuesta menos adaptarnos a la rutina porque "es más sencillo que nos obliguen a acostarnos un poco más tarde", añade.
A pesar de que para muchos es un motivo de felicidad, es una falsa sensación de bienestar. "Es una percepción propia de cada persona que no va acompañada de ninguna percepción, ni física ni fisiológica", asegura la profesional.
A los niños y a las personas de edad avanzada son a los grupos de edad que más les afecta el cambio de hora. La profesional explica que esto se debe a que su sistema circadiano está alterado, inmaduro o especialmente envejecido.
Al resto de personas, aunque no lo parezca, el cambio de hora también les afecta, pero a veces "puede estar enmascarado en otro de tipo de alteraciones más complejas".
El problema es que aunque los horarios laborales se mantienen, al tener más horas de luz solar se retrasan las cenas y la hora de acostarse por lo que se cronifica un déficit de sueño durante estos meses con todos lo efectos nocivos para la salud que esto conlleva.
Irritabilidad, somnolencia y digestiones pesadas son algunas de las consecuencias que se alargan durante una semana por este cambio de hora.
De igual forma que para evitar el jet lag preparamos al cuerpo, también debemos hacerlo para evitar los efectos del cambio de hora.
"La semana de antes al cambio de hora debemos empezar a adelantar nuestro reloj -no literalmente- unos 10-15 minutos para que cuando llegue el cambio no sea todo tan brusco", recomienda la doctora.
Esto significa que si comemos a las 14:00, tenemos que empezar a comer a las 13:45, luego a las 13:30 y así sucesivamente hasta llegar a las 13:00; al igual que con la hora de acostarse.
Gran parte de la población, teniendo en cuenta los horarios laborales, se ve en la necesidad de entrenar a media tarde e incluso cerca de la noche.
En este caso también pasaría lo mismo, y sería aconsejable, en la medida de lo posible, adelantar, durante la semana previa al cambio de hora, los horarios de los entrenamientos.
"Si seguimos manteniendo ese mismo horario, cuando llegue el cambio de hora nos daremos cuenta que en cuanto salgamos de entrenar tenemos que acostarnos. Cosa que nos va a ser bastante difícil teniendo en cuenta que el cuerpo necesita un tiempo entre medias", explica la profesional.
También añade la doctora que durante los días posteriores al cambio de hora no estemos en plenas condiciones físicas, tanto a nivel aeróbico como de fuerza. "Debemos escuchar a nuestro organismo y adaptar los entrenamientos de acuerdo a nuestro descanso ya que no rendimos al mismo nivel y aumentamos el riesgo de lesión", matiza.