La enfermedad de Parkinson es la segunda patología neurodegenerativa más frecuente después de la enfermedad de Alzheimer y afecta a unas 160.000 personas en España. Lo más alarmante es que se prevé que esta cifra se triplique en 2050 debido al aumento paulatino de la población.
Además del tratamiento farmacológico que actúa sobre los síntomas de la enfermedad, los hábitos de vida saludable, la logopedia, la estimulación cognitiva, los suplementos vitamínicos, la dieta y el ejercicio físico también son una parte fundamental de la terapia, señalan desde el Hospital Clinic de Barcelona.
Esta enfermedad afecta principalmente al movimiento, de forma que muchas de las personas con este diagnóstico manifiestan temblores en reposo, rigidez, torpeza, lentitud, reducción de los movimientos, trastornos en la marcha, alteración de la postura y el equilibrio y pérdida de movimientos automáticos. Entre los síntomas más frecuentes, el estudio también destaca deterioro cognitivo y depresión.
Debido a este matiz, diversas investigaciones han confirmado que el ejercicio físico reduce los síntomas de la enfermedad gracias a su función neuroprotectora. En otras palabras, el ejercicio físico mejora tanto los síntomas motores, como los temblores, la ralentización del movimiento, la rigidez, la inestabilidad postural y las caídas, como los no motores, el deterioro cognitivo y los aspectos psicológicos.
Aunque se ha comprobado que en rasgos generales el ejercicio físico hace más llevadera la enfermedad de Parkinson, cada tipo de actividad física beneficia a determinadas capacidades físicas.
En el caso del entrenamiento de fuerza se potencia el equilibrio. Un trabajo de la Universidad Europa recalca que, independientemente del estadio, provoca mejoras significativas en los pacientes e incluso otro estudio de la Universidad de Santiago de Compostela apunta que puede tener efectos modificadores de la enfermedad.
"El entrenamiento de fuerza combinado con trabajo en superficies estables e inestables provoca mejoras a nivel neuromuscular", detalla uno de los estudios.
Los movimientos aeróbicos, como caminar, bailar o nadar, mejoran las capacidades fisiológicas de las personas con la enfermedad de Parkinson. Estas se ven reflejadas en el aumento de la resistencia y de la velocidad en la marcha, así como la capacidad de respuesta.
Esto significa que el paciente va siendo más rápido y como consecuencia gana mayor confianza y seguridad en sí mismo mejorando su calidad de vida.
Aunque la edad, la medicación y el estadio de la enfermedad no condicionan el poder hacer ejercicio físico, o no, sí que los profesionales sanitarios recomiendan que este plan de ejercicio sea personalizado e individualizado en función de las capacidades de la persona para potenciar los beneficios.
Desde el Hospital Clinic de Barcelona aconsejan evitar el ejercicio extenuante y aprovechar los periodos de tiempo en los que el paciente se encuentre mejor. El taichi, el tango, las cintas de caminar, las máquinas de elíptica y el ciclismo son las prácticas deportivas más recomendadas, extremando las precauciones especialmente en las personas que tienden a sufrir caídas.
La motivación y las ganas de superación del paciente también son fundamentales para que este tenga una buena adherencia al tratamiento y consiga mantener la práctica deportiva en el tiempo.