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El Athletic regresa dolido por su afición; la afición orgullosa de su equipo

Ramón Orosa / EFE

El Athletic Club regresa hoy a Bilbao dolido por no haberle podido dar a su afición, en la final de la Copa del Rey que le midió con el Barcelona en el Camp Nou, el título que tanto anhela desde hace décadas, pero los aficionados vuelven a casa orgullosos de su equipo.

En Bilbao tienen claro que, en el momento de la historia del fútbol en el que estamos, una final contra el Barça es casi imposible de ganar. Porque el conjunto blaugrana es el mejor equipo del siglo XXI y porque además tiene a Leo Messi, a quien ya pocos le discuten que sea el mejor jugador que haya habido jamás.
Si encima el reto es el Camp Nou es poco menos que una quimera. Más incluso que el milagro que pidió Ernesto Valverde en la víspera, demandando una fe casi religiosa.
En definitiva, que los más de 50.000 aficionados que tomaron Barcelona este fin de semana y los cientos de miles que se arremolinaron frente a las decenas de pantallas gigantes colocadas por toda la capital vizcaína y el resto de poblaciones vizcaína, e incluso los que simplemente vieron el partido en casa o en bares o en 'txokos' con los amigos, sabían a lo que se atenían.
Pero repitieron el ritual de acompañar al equipo, los privilegiados que pudieron en el campo y el resto de la distancia, y transmitirle su fe y su apoyo para que hiciese saltar el favoritismo barcelonista y unas apuestas más que decantadas del lado blaugrana.
Es la cuarta vez que lo hacen en seis años y lo repetirán cuando que sea menester. Porque la afición del Athletic disfruta tanto alcanzando una final, o más, que ganándola. "¡Que eso debe ser la leche'", asume alguno de ellos.
Pero la ilusión previa, el camino exitoso hasta la última parada, el recuerdo de la época más gloriosa -el Athletic tiene 23 Copas, 24 según sus cuentas-, el preparase minuciosamente para la cita y el viaje a la final se disfruta en Bilbao como en pocos sitios. Si hay alguno en el que se sienta así.
Por eso, porque llegar a una final es una fiesta y porque ganar a este Barcelona -primero de Guardiola y Messi (en 2009 y 2012), ahora de Messi, el tridente que forma con Neymar y Luis Suárez, y su desaforada búsqueda del triplete de la mano de Luis Enrique- es una empresa harto complicada, la afición vizcaína empatiza con su equipo en las derrotas.
Los seguidores rojiblancos solo les piden a sus jugadores una cosa: que compitan, que den la cara, y que no claudiquen a las primeras de cambio como les ocurrió dos veces en 2012, la primera frente a un Atlético de Madrid del Cholo Simeone que empezaba a labrar su leyenda.
Y los de Valverde ayer dieron la cara. Salieron dispuestos a hacerles un partido verdaderamente complicado a los culés. Pero apareció Messi, hizo una de esas obras de arte que para el 'crack' de Rosario parecen como trabajo de oficina, y se rompió la magia.
Una magia que volverá a aparecer a nada que el Athletic dé algo a los suyos para agarrarse. Una tarde en Manchester, una remontada en San Mamés, un triunfo liguero ante el Barça o el Madrid, el regreso a Europa, otra final, una clasificación para la Liga de Campeones...
Unos acontecimientos que, por cierto, se han repetido mucho en los últimos años tras décadas de sequía. Y eso es lo que quieren sus aficionados de los leones. Que saquen sus garras que, de cuando en cuando, den un zarpazo serio, que discutan el liderazgo de la manada al más fuerte. Y que vuelvan a intentarlo. Hasta la extenuación.
Porque siempre tendrán a su gente para lamerles sus heridas, para volver a prepararles para la lucha y para acompañarles en ella. Aún sabiendo que la derrota es el único resultado razonable.
Como dijo en su día el gran Andoni Zubizarreta, curiosamente el urdidor de este gran Barça, cuando le preguntaron que, si en el Athletic la victoria no es lo más importante, cuál es la meta que se marca: "El Athletic tiene que caminar siempre con la cabeza alta y mirando al horizonte. ¿La meta?, la meta es el camino", respondió.

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