Juan José Lahuerta
Madrid/Londres, 15 jul .- Eric Eugène "Toto" Murangwa sobrevivió al genocidio de Ruanda por dos razones: la suerte y el fútbol. En 1994, era el portero del Rayon Sports, un club puntero del país africano. Idolatrado por sus aficionados, también lo era por sus asesinos. Por eso, puede contar su historia.
Murangwa es parte de un cuento de terror en el que el fútbol ruandés sufrió el exterminio de una parte de la población hutu hacia sus compatriotas tutsi. Compañeros de vestuario que juntos celebraban victorias y lloraban derrotas, de un día para otro agarraron un machete para aniquilar a aquellos a los que antes pasaban la pelota.
Entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, el genocidio de Ruanda dejó más de 800.000 muertos entre hutus moderados y tutsis. Murangwa pertenecía al segundo grupo y también fue perseguido. En total, cuenta a EFE, mataron a 78 de sus familiares. Pero también a más de la mitad de sus compañeros de vestuario.
La salvación de Murangwa es una historia dura, sobrecogedora y dramática. Es un ejemplo de vida en medio del horror que vivió un país en el que vecinos mataron a vecinos, curas a feligreses, médicos a pacientes y, también, futbolistas a futbolistas. El fútbol, también sufrió su genocidio particular.
EL GERMEN Y LA MECHA
Cuando la noche del 6 de abril de 1994 fue derribado el avión que transportaba al presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, Murangwa no imaginó que comenzaría un calvario de 100 días. Habyarimana volvía de firmar el tratado de paz de Arusha que ponía fin a la guerra civil que comenzó en 1990, cuando el Frente Patriótico Ruandés (FPR), compuesto por tutsis exiliados, atacó el país africano desde Uganda.
Murangwa pensó que podía haber duras consecuencias tras el atentado, pero no tan graves como un genocidio con muchos antecedentes previos con diferentes gérmenes, como el que cultivaron los colonizadores belgas, que diferenciaron a dos grupos que más o menos convivían pacíficamente hasta su llegada en 1916.
En 1931 crearon una tarjeta de identificación racial que seguía vigente en 1994 y que durante el genocidio permitió a los hutus identificar con facilidad a los tutsis. La establecieron después de unos estudios científicos que concluyeron que los tutsis eran superiores por su altura y su piel más clara.
El atentado contra el presidente fue el pistoletazo de salida para el inicio del genocidio de parte de una población alimentada por un odio expandido por la milicia paramilitar Interahamwe ("los que combaten juntos") y la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas (RTML).
La emisora, creada en 1993, enarboló la bandera de la diferenciación racial. Con la muerte del presidente, fomentó el genocidio hacia los tutsis, a quienes calificaban como "cucarachas", llamando a una guerra final para exterminarlos. Sus mensajes eran terribles:
"Los tutsis no merecen vivir. Hay que matarlos. Incluso a las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé".
La milicia Interahamwe, con la colaboración de la Guardia Presidencial y de parte de la población civil hutu provista de machetes, comenzó los asesinatos. Y, el mundo del fútbol, no se libró. El germen del odio también llegó a los vestuarios y de un día para otro, se iniciaron las matanzas.
Como explica a EFE Eric Eugène Murangwa, el ambiente se fue enrareciendo en los años previos. A partir de 1991, con la guerra, la selección ruandesa dejó de competir. Las ligas locales, con tres divisiones, siguieron en pie.
Los mejores clubes tenían una estructura semi profesional y muchos estaban altamente politizados. Sobre todo, el Panthères Noires, con influencia del ejercito nacional, y el Etincelles, originario de la ciudad donde nació el presidente.
"Los cabecillas de la armada influenciaban en las decisiones en el terreno de juego. Por ejemplo, a los árbitros, que muchas veces estaban bajo presión. Intimidaban a rivales y a jugadores, a quienes incluso metían en la cárcel. Cerca del genocidio, entre 1990 y 1994, dejé de viajar al norte cuando mi equipo jugaba allí".
El guardameta ruandés recuerda un incidente previo en el que un penalti a favor de su equipo desató una situación que estuvo a punto de acabar en tragedia. Un aficionado descontento con la decisión del árbitro bajó al césped para protestar. Murangwa intentó tranquilizar a sus rivales pidiendo un comportamiento acorde al "fair play" del fútbol. Fue atacado.
"Tuve que salir corriendo del estadio. Así era la atmósfera entonces. Con la caída del avión podía esperar que pasara lo que pasó. Pero nunca imaginé que la población entera fuera en contra de los tutsis. No al nivel en el que vecinos, amigos y, en algunos casos miembros de la misma familia, hicieran lo que hicieron".
LA MUERTE
Desde el principio del genocidio, muchos hutus de los clubes de fútbol se lanzaron contra sus compañeros tutsis. El periodista Jean Hatzfeld en el libro "Una temporada entre machetes", recogió testimonios estremecedores de algunos supervivientes que narraron sus experiencias.
En Nyamata, ciudad a 37 kilómetros al sur de Kigali, el Bugesera Sports llegó a jugar dos temporadas en Primera División. A partir de 1990, comenzó su decadencia cuando aparecieron las milicias Interahamwe.
El entrenador tutsi fue despedido y los jugadores hutus fichados por su prestigio para los desfiles de los mítines. Évergiste Habihirwe, estrella del equipo, contó a Hatzfeld cómo era el ambiente en los entrenamientos previos al genocidio.
"Algunos días, los jugadores hutus dejaban de entrenarse para oír los mítines. Cuando volvían nos destrozaban los tobillos a mala idea. Así que, durante los partidos, el juego duro desplazaba al juego lucido. Los que tiraban no apuntaban a las porterías".
El primer día de las matanzas, Habihirwe pensó que podría encontrar refugio en casa de su compañero hutu Ndayisaba. "Cuando llegué a su corral, tenía el machete en la mano. Vi que había rajado a dos niños. Menos mal que pude escapar".
"Corrí por la selva con mis piernas de jugador. Por los alrededores de la casa oía a los jugadores del equipo, que andaban de caza. Eran los mismos que antes me pasaban el balón. Gritaban: 'Evergiste, hemos estado separando montones de cadáveres y todavía no nos ha llamado la atención tu cara de cucaracha. Ya te encontraremos, ya'. Los jugadores eran los más tenaces en rajar a otros jugadores. Llevaban en el corazón la ferocidad del balón".
Tite Rushita, otro jugador del Bugesera Sport, cuenta una historia parecida a la de su compañero. "Eran Interahamwe de campanillas por lo del fútbol. Tenían que rajar a otros jugadores de campanillas. Dentro del equipo, no hubo ningún jugador que le tendiera la mano a otro. Al que se hubiera atrevido, lo habrían rajado allí mismo".
Algún tutsi como Mbarushinama, el número seis del Bugesera Sport, intentó salvarse a cambio de denunciar a vecinos de su misma etnia. Pero, una vez utilizado, narra Tite, le asesinaron y le dejaron tirado en un camino.
Las matanzas ocurrieron en casi todos los clubes. El diario ruandés The New Times recopiló en 2012 la lista de todos los asesinados de cada equipo. Sumaron 42 futbolistas entre el Rayon Sports, el Kiyovu, el Panthère Noires, el Etincelles, el Mukungwa, el Amaregure, el Gishamvu, el Mukura Victory Sport, el Terminus y el Kabago. Ninguno se libró de la barbarie.
SANGRE EN LOS ESTADIOS
En muchos casos, los escenarios de esa barbarie fueron los estadios de fútbol. "Human Rights Watch" documentó asesinatos en los campos de ciudades como Kibuye, Cyangugu, Mbazi, Mugusa, Nyabisindu y Butare. Y, muchos de ellos, llegaron mediante el engaño más perverso.
En Kibuye, al noroeste del país, el estadio Gatwaro fue utilizado como centro de exterminio. Durante cuatro días, 10.000 personas fueron eliminadas. El procedimiento, fue muy cruel.
Los funcionarios del Gobierno hicieron un llamamiento a la población tutsi para refugiarse en el estadio. Supuestamente, era un lugar seguro. Una vez reunidos, milicianos Interahamwe y civiles armados mataron a tiros y a machetazos a los tutsis que fueron engañados.
En el estadio Rusizi de Cyangugu, se siguió el mismo patrón. Durante los juicios del genocidio celebrados en Tanzania, un testigo nombrado con las siglas "ALC" contó que el prefecto de la ciudad, Emmanuel Bagambiki, prometió que los soldados iban a proteger a los tutsis que se refugiaran en el estadio.
"Después de una hora, los soldados vinieron y nos rodearon. Comenzaron a lanzar granadas contra nosotros al mismo tiempo que llovían los disparos. Mucha gente fue masacrada. Después de 30 minutos, los soldados quitaron las pertenencias a las víctimas antes de dejarlos a merced de los extremistas Interahamwe, que eliminaron a los heridos", declaró dicho testigo.
En general, como las iglesias, los campos de fútbol fueron centros cerrados perfectos para los genocidas. En ellos, el balón desapareció y lucieron las balas y los machetes.
EL MILAGRO
En medio de todo ese odio, el caso de Murangwa mostró la compasión de muchos hutus. Sobrevivió gracias al fútbol y a la ayuda de sus compañeros de equipo, que se jugaron la vida por él.
Apodado "Toto" ("el joven" en swahili), creció viendo los entrenamientos del Rayon Sports. Con 11 años, detrás de la portería de sus ídolos, soñaba con convertirse en un jugador del primer equipo. Un día, lo consiguió.
Cuando necesitaban a alguien para completar los entrenamientos, allí estaba Murangwa. Al final, se hizo con un hueco entre sus compañeros y alcanzó gran popularidad entre los aficionados del Rayon Sports. Eso, le salvo la vida. Después, lo comprobaría en sus carnes.
Su calvario comenzó menos de 24 horas después del atentado contra Habyarimana. Esa noche durmió con un amigo en su casa y se despertó en la madrugada por culpa del ruido de las bombas. Entonces, a través de una emisora de radio francesa, ambos se enteraron de la muerte del presidente.
Al día siguiente, fueron atacados. Un grupo de soldados apareció en su vivienda y media docena entraron forzando la puerta. Acusaron a los dos de ser cómplices del RPF y les culparon de la muerte de Habyarimana. Revolvieron todo y, cuando estaban a punto de ser asesinados, un álbum de fotos salió volando y cayó abierto en el suelo justo en una página con imágenes de Murangwa en el Rayon Sports.
" '¿Quiénes son estos? ¿Son tutsis o miembros de la RPF?' Yo decía que no, que eran mis amigos, los aficionados, mis compañeros de equipo. '¿Para quién juegas tú?'. Le dije que para el Rayon Sports. Miró las fotos de nuevo y luego preguntó si era Toto y respondí que sí, que era yo", relata a EFE.
Entonces, el soldado ordenó a sus compañeros que salieran de la casa. Se sentó con Murangwa y habló del partido que habían ganado al Al Hilal de Sudán la semana anterior en una competición equivalente en África a la Liga Europa.
"'¿Te acuerdas de ese gol? ¿Te acuerdas ese regate? ¿De aquella entrada? ¿Te acuerdas de lo que hizo ese jugador?', me preguntaba. Eso me dio esperanzas. Al final, se fue. Salvé mi vida y la de mi compañero de piso. Ese fue el momento del primer día del genocidio en el que mi vida estuvo cerca de acabar. Pero fue perdonada por el fútbol".
Su siguiente parada fue la casa donde vivían algunos de sus compañeros hutus. Durante muchos días, arriesgaron sus vidas y recabaron información en los centros donde repartían armas para el exterminio.
Cada vez que iban a por Murangwa para matarle, le avisaban para que se escondiera. Hasta que una mañana, la milicia sorprendió al portero del Rayon Sports. Sin embargo, la suerte llamó a su puerta de nuevo. El primo militar de un amigo intercedió y le soltaron. Otra vez, tuvo que buscar otro refugio.
Lo encontró en casa de uno de los líderes de la milicia a nivel nacional: Jean-Marie Mudahinyuka, conocido como "Zuzu", un fanático del Rayon Sports que preguntó en varias ocasiones por la suerte de Murangwa. Con miedo, se arriesgó y se escondió bajo la protección de uno de uno de los mayores asesinos del genocidio que después huyó a Estados Unidos hasta que fue localizado, juzgado y condenado.
Zuzu, finalmente llevó a Murangwa al cuartel general de la Cruz Roja, desde donde fue trasladado al Hotel Mil Colinas, que años después se haría famoso por la película "Hotel Ruanda". A las dos semanas, el personal de mantenimiento de la paz de la ONU negoció su traslado hacia la zona de Kigali que ya controlaba el FPR.
Murangwa se salvó de milagro, pero aparte de a sus familiares, incluido su hermano pequeño, perdió a algunos de sus compañeros que le ayudaron, como Longin Munyurangabo, un hutu que no quiso participar en las masacres.
Longin fue clave en la salvación de su amigo, pero no sobrevivió. Cuando Kigali iba a ser capturada por el FPR, las autoridades locales forzaron a todo el mundo a marcharse. Millones de exiliados, que después morirían a miles en los campos de refugiados, se marcharon hacia Tanzania, Burundi, Uganda y la antigua Zaire. Y Longin, también emprendió el viaje con su novia tutsi.
"Estaban cruzando uno de los controles de carretera en el camino. Cuando estaban en un puente miraron la tarjeta de identidad y adivinaron que la chica era una tutsi. Los soldados se enfadaron. Vieron a Longin como a un traidor y esa fue la última vez que fue visto con vida".
Tras el genocidio, Murangwa rápidamente intentó volver a jugar al fútbol. Con la paz, encontró a sólo cinco de los más de treinta componentes de la plantilla del Rayon Sports. Volvieron a entrenarse y otros equipos hicieron lo mismo. "Antes de saberlo, estábamos jugando. Las nuevas autoridades lo vieron como una herramienta para ayudar y tener una esperanza de recuperación".
FÚTBOL Y PAZ
Como cuenta Murangwa, el fútbol se convirtió en una válvula de escape para la población. Después del genocidio, formó parte de la selección ruandesa. En 1996, en una escala en París para un partido ante Túnez clasificatorio para el Mundial de Francia, se exilió a Bélgica.
Al final, acabó en Londres, donde fundó "Ishami Foundation", una organización que a través del fútbol y de las historias de los supervivientes intenta influenciar para erradicar el odio del genocidio.
Y es que el fútbol ha sido una pieza más en la reconstrucción de Ruanda en los últimos 25 años. En ocasiones, ha unido a hutus y a tutsis alrededor de eventos que recuerdan al Mundial de Rugby de Sudáfrica que en 1995 cohesionó a blancos y a negros.
Ruanda se juntó en torno a la selección sub-17 que inició el repunte del fútbol ruandés con un segundo puesto en el Campeonato Africano de 2011. Fueron los organizadores y la final, en el estadio Amahoro, unió a hutus y tutsis bajo una misma bandera.
Ocurrió lo mismo en la Copa África de 2016, que también albergó Ruanda. La selección participó por segunda vez en su historia en la competición y alcanzó la ronda récord de cuartos de final.
Pero no son los únicos ejemplos. Ahora, los niños se mezclan en equipos. No hay distinción. No importa la etnia. No importa el origen. Todos juntos, golpean la pelota y se organizan partidos por reconciliación de forma constante.
En Nyamata, donde fueron asesinados a machetazos cerca de 50.000 tutsis y donde hace 25 años Habihirwe corría para huir de sus asesinos, los chavales golpean el balón en el marco de un programa de paz y reconciliación que se aplica desde el genocidio. Todos son iguales, nadie se cree superior al resto. El fútbol, sin duda, ha contribuido a que así sea.
Murangwa se encarga de que su deporte sirva de conducto para no olvidar y no repetir errores. Lo tiene muy claro:
"Intentamos asegurarnos de que cuando la gente joven juegue al fútbol con sus entrenadores, no sólo jueguen al fútbol para ser el siguiente Messi o el siguiente Ronaldo. También para ser el siguiente Longin, el compañero que me ayudó a sobrevivir durante el genocidio". Y es que en la nueva Ruanda, el fútbol, aniquilado hace 25 años, ahora irradia vida.