El técnico utrerano repasó toda una vida de profesional. Ya en la élite, en el Villarreal sólo le concedieron siete jornadas: “Cometí el error de querer hacerlo todo: ser el preparador físico, el entrenador…, como en el Recre, de donde venía. A partir de ahí formé un equipo multidisciplinar”, reconoce quien como centrocampista “sin mucha capacidad de sufrimiento” militara en la escuela del Madrid con San José o García Hernández. Se retiró a los 27 años y se puso el chándal en el San José Obrero de Cuenca, repasó en una entrevista en El País.
Cinco años en el Sevilla le encumbraron: “Yo había jugado en el Sevilla infantil y mi padre, que era administrativo, fue un gran sevillista. Si hubiera vivido cuando me presentaron como entrenador… Soy, junto a Del Bosque, Luis Aragonés y Javier Clemente, de los privilegiados que han dirigido a su equipo. Había mucho talento y el club empezó a tutear a casi todos”. La experiencia más traumática, en el Neuchatel suizo: “Fue muy fuerte. Fuimos allí ocho técnicos, pero a la semana el olfato me dijo que había metido la pata. Pasamos miedo (el dueño, Bulat Chagaev, llegó a intimidarlos con una pistola), pero hice valer lo que representaba. Fueron 40 días muy intensos y 24 horas en vilo. Hicimos piña con chicos de muchos países: sin hablar, nos mirábamos a los ojos y sentíamos que nos necesitábamos”, describe.
Ahora, en el Levante, asegura que no le sugirieron que gestionara el lío de los jugadores acusados de amañar partidos: “No me hablan de eso. El único que se queda es Juanfran porque era el único que jugaba y tenía un alto concepto de él. No me he equivocado”. Tras encajar siete goles en la primera jornada ante el Barça, lo resumió con una frase genial: “Ya hemos visitado al dentista, que pase el siguiente”. Caparrós lo explica: “Cada gesto, cada detalle, día a día, tiene que ir encaminado al positivismo”.