¿Quién era Armando, ese nombre que habitaba entre Diego y Maradona?
La pregunta no es baladí: los nombres de una persona constituyen también su identidad y, acaso, su destino, en el sentido más griego posible, de definición irremediable del recorrido vital. Diego es de origen griego y significa “instruido” y está emparentado con “didáctico”. Armando es de origen alemán (Hermann) y tiene por significado “el guerrero”.
En su vida, Maradona los conjugó a su manera: poca instrucción por posibilidades de procedencia de clase, mucha didáctica por su desempeño en la cancha y como capitán de equipo, y muy guerrero por actitud ante el fútbol y ante la vida misma.
Sin embargo, también el destino de una persona puede construirse y buscar atajos, que también desvíos, de ese camino determinado.
Un amigo: Willy, intenta esa construcción a partir de los heterónimos maradonianos desde lo lúdico. “Jugando al juego, arriesgo que viene de Armando felicidad, orgullos, alegrías, tristezas; ‘Armando’ amores, odios, venganzas, justicia, admiración, vergüenzas; ‘Armando’ su vida. Nuestras vidas”, apunta.
¿Y qué podía armar Maradona? Una entelequia llamada Maradona. “Me importa más la gloria que el dinero”, sentenció cuando era jugador en Boca Juniors, en 1981, y no pensaba en salir de la Argentina para llevar en el campo otras camisetas. Aunque después vinieron las del FC Barcelona, Nápoli, Sevilla FC y Newell’s Old Boys y, siempre, la de la selección argentina; un jugador de mundo.
Antes, hubo un comienzo, un camino que empezaba. En su equipo del potrero “Las Siete Canchitas” en Villa Fiorito, en los Cebollitas de Argentinos Juniors y en el primer equipo de este club del barrio porteño de La Paternal.
O en la pantalla del programa ómnibus “Sábados circulares” que conducía Pipo Mancera, que en 1969 lo llevó para que hiciera en el estudio lo que mostraba en la cancha: hacer jueguito con la pelota sin que ésta cayera al piso durante un tiempo interminable. Exactamente lo mismo que hacía en el entretiempo de los partidos de Los Bichitos Colorados en su estadio, conocido en la querencia como El Semillero del Mundo.
O acaso en los tiempos de pesca en Esquina, provincia de Corrientes, de donde era oriunda su familia, cuando iba a pescar dorados o lo que el pique brindara generosamente en aquellas aguas del Paraná, para reencontrarse con esa serenidad que le era esquiva, casi inasible.
Armando antepuso el Diego y el Maradona para defender, en su propio nombre, su intimidad y su misterio; esa parte de su vida donde contadas personas llegaron.
Diego fue el jugador de la palmada en la espalda de la admiración anónima e incondicional, el hacedor de pases y de goles. Maradona fue la celebridad invitada a fiestas, discotecas, recitales, camerinos, teatros, cines, aulas magnas, embajadas, sedes de gobierno, palacios, estadios, entre tantos espacios de fama y respeto, según el caso.
Armando fue quien amalgamó estas dos facetas de Diego y de Maradona. Y las dotó de belicosidad, para atacar y defender o defenderse -de mí mismo, de los otros- cuando fuera necesario o acaso imprescindible para vivir en su propia hipérbole.