En la Argentina, el alfajor es la golosina individual más popular. Dos tapas de galleta dulces o similares que se encuentran en el relleno, que puede ser de dulce de leche, de mermelada, de mousse de chocolate o de algunas otras pocas variantes. Como un sándwich, aunque acaso algo empalagoso. En promedio, se consumen unos 6 millones de unidades de alfajores al año en la Argentina. Primo del alfajor andaluz, su nombre actual es una derivación del vocablo árabe “al-hasú”, que significa “relleno”.
En su libro Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos, de Juan José Sebrelli (Debate, 2008), este filósofo argentino rescata la figura del fotógrafo publicitario argentino Jorge Fisbein, creador del personaje de dibujos animados Dieguito Maradona.
Porque hubo un Dieguito Maradona. El personaje fue un remedo de un Maradona con rulos y regordete, pero ya campeón del mundo con su selección. Y se volvió marca de alfajor que se comercializaron bajo marcas emblemáticas de finales de los años 80 del siglo XX, como fueron Bagley primero, en los 80, y Georgalos después, en los 90.
Y del fútbol profesional, la imagen pasó al olimpismo: Dieguito Maradona fue elegido por el Comité Olímpico Argentino como la mascota nacional para los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, donde algunas representaciones argentinas volverían a ganar medallas después de 16 años.
Para la Copa del Mundo FIFA Italia 1990, Dieguito Maradona regresó en formato de microprogramas de dibujos animados, con sus amiguitos. En aquel mundial, Diego Armando Maradona jugó con su tobillo izquierdo infiltrado y maltrecho. La selección argentina quedó subcampeona al perder en la final ante el seleccionado alemán por 1-0.
Entonces, los envoltorios de sus alfajores podían traer premio: unas medallas acuñadas en la Casa de la Moneda que representaban 15 tipos de jugadas (rabona, taquito, pisada, chilena, inglesa -la mano de Dios-, entre otras).
La alegría golosinera se extendió algo más en el tiempo, hasta 1991. Ese año, con Maradona suspendido por 15 meses por su club: el Nápoli, ante el dóping positivo por ingesta de cocaína. Y volvió, como en el tango, a la casita de los viejos.
Pero, se sabe, los caminos también pueden tener desvíos. Y una noche de octubre de ese mismo año 1991, un somnoliento Maradona salía escoltado por la Policía de un departamento de la calle Franklin, en el barrio porteño de Caballito. Al día siguiente del arresto fue liberado tras el pago de una fianza de 20.000 dólares de entonces.
Pasaron 4 años y la marca resucitó, en 1995, para acompañar el regreso de Maradona al primer equipo de Boca Juniors. El alfajor Dieguito Maradona y el propio Maradona tenían algo en común: el declive relativo. La calidad del alfajor era pobre. El juego de Maradona ofrecía destellos, opacados por su propia conducta plagada de contradicciones y de conductas que esgrimían unos principios al estilo de los de Groucho Marx; ésos de si no le gustan, tengo otros.