De un tiempo a esta parte, no mucho, la verdad, alguien puso en el escaparate de la moda el maniquí de Iker Muniain escoltado por dos hombres de banda. Media punta bien centrado. Por detrás del nueve puro. 1-4-2-3-1. Un sistema tan envolvente que pocos eran los técnicos de LaLiga Santander que se atrevían a ponerlo en tela de juicio. Portero. Defensa de dos centrales y otros tantos laterales. Dos medio centros puros con cometidos disímiles. Tres media puntas. Y ese ariete que a veces se siente más solo que la una.
Por detrás del delantero. Delante de los centrocampistas. Ese futbolista que recoge y acarrea. Que asume el papel de dañar al rival en lo más suyo. Ahí. A mitad de camino de una supuesta línea vertical que une la cal del centro del campo con ese breve espacio sin hierba provocado por los tacos inquietos de las botas del arquero.
Ahí. Ahí, sí. Como pelotari divirtiéndose en los cuadros alegres de un frontón. Ahí, sí. Ahí decía la gente que el entrenador de turno del Athletic Club debía colocar a Muniain. "Porque es el lugar natural de Muniain". Desde el que dirigir la ofensiva que dañe al rival. Sólo les faltaba decir: "Pegado a la banda izquierda, su juego se minimiza".
"Qué testarudo es Garitano". "Muniain debe colocarse por detrás del delantero; por delante de los medio centros; escorarlo a la banda izquierda es un desperdicio". ¡Y se lo creen, oiga! Como si repitiendo una mentira de seguido y en voz alta tiempos pasados pudieran alterarse al capricho del escriba.
Iker Muniain. Paradigmático. Nos viene que ni pintado. La gran mentira que se traga fácil si las ruedas de molino son ese merengue infantil de dos niños jugando a la sopa boba. "¡Centrado!", gritan. "Arráncalo de la banda y colócalo en el centro, su lugar natural, en el que siempre ha jugado".
¿En el que siempre ha jugado? En el que nunca lo ha hecho desde que Joaquín Caparrós lo hiciera debutar con 16 añitos en un duelo frente al Young Boys suizo. Centrocampista por la izquierda en ese sistema suyo inamovible del 1-4-4-2. Ahí lo situó el añorado técnico de Utrera. Para que sus sucesores tomaran ejemplo.
Marcelo Bielsa, por ejemplo. Al que lo veo en cuclillas dirigiendo al Leeds United y me muero de las ganas de que el tiempo no nos falte a fin de que pueda cumplir su segunda etapa en el Athletic. Bielsa lo ubicaba allá donde Caparrós lo hiciera debutar.
Marcelo y ese sistema suyo al servicio de un fútbol de fantasía. Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta. Aurtenetxe; Susaeta, Iturraspe, Ander Herrera, Muniain; De Marcos; Llorente. Marcelo Bielsa y su 'once' programado para arrancar sonrisas en lo más concurrido de la grada de San Mamés.
En aquel Athletic, quizás el del juego más bello de todo los tiempos. Aquellos seis partidos de Europa League que bien valieron el espectáculo místico del 'Teatro de los Sueños'.
Allí, entonces, en Old Trafford, tras una representación maravillosa, Muniain tuvo la fe que Bielsa le inculcaba para, partiendo de su 'banda izquierda natural', llegar antes que De Gea al balón que el porteo del 'United' había desviado como respuesta a un venenoso disparo de Oscar de Marcos. Parecía imposible. La pelota, ahí, dividida, como se dice. Se arrastraba el portero en busca del balón. Veloz carrera la de Muniain. Llegan a la par. Las manazas de un portero y la puntera de este 'crío'.
Fe moviendo montañas. Era el [1-3]. "Si hubiera partido desde su 'posición' natural", diría a día de hoy el ventajista, habría llegado con tiempo de sobra". Para ti la perra gorda, compañero. Muniain jugaba pegado a la banda izquierda. O de ella partía para trazar diagonales con su aire de niño travieso.
Terminado el corto periplo de Bielsa 'enseñando' a los leones, Ernesto Valverde regresaba a "mi Club de referencia". Cuatro temporadas completaría en esa su segunda etapa en el banquillo de San Mamés. San Mamés Barria. Un estadio en obras. Aquel fondo telonero en el que Mikel Rico goleó de cabeza trazando una plancha perfecta.
En su primera temporada, Valverde arrancó a Ander Herrera de su posición de medio centro creativo para situarlo por detrás del delantero centro, un tal Aritz Aduriz, no sé si se acuerdan. Con Herrera fuera de lugar, el Athletic perdía a la perla de la que Bielsa se había servido para repartir juego a diestro y siniestro.
Fue irse el hijo de 'Herrerita' a la Premier y llegar a San Manes Beñat Etxebarria. Ya tenía sustituto el míster para Ander. El fin y los medios. Y a todo esto, De Marcos, el 'señor de los espacios', escorado a la banda derecha, preferentemente en labores de lateral aprovechando el declive en su carrera del estilista, del genial Andoni Iraola.
Su tiempo le llevó a Valverde entender que Beñat era un medio dentro puro. Iturraspe - Mikel Rico; Beñat - San José. Esporádicas apariciones de Ager Aketxe en la media punta. Tuvo que llegar 'Rulo' del Atlético de Madrid para disipar los problemas de Valverde, Ziganda, Berizzo y Gaizka Garitano. Raúl García sería la media punta.
O partiendo desde ella para trazar esas diagonales tan suyas. Es cierto, sí, lo es, que con Iker se hicieron probaturas incrustándolo en el centro de la línea de tres. Y resultaba que Muniain bajaba y bajaba tanto a recoger que su llegada al área se antojaba más peliaguda que el regreso a Itaca de Ulises. Garitano lo llegó a alinear de centrocampista por la banda derecha. Qué quieren que les diga: ¡Cómo arrancarle los ojos a una golondrina!
Y en eso llegó Marcelino García Toral al Athletic. Para ratificar los dictados de Caparrós, los de Marcelo Bielsa, los de Ernesto Valverde. Para dejar claro que todo había sido engaño, despiste, confusión, una desesperada huida hacia adelante arrancar a Iker Muniain de esa banda izquierda desde la que partió para ganarle el duelo a De Gea en aquel tercer gol de un Old Trafford que se quedo extasiado ante la exhibición del Athletic de un loco maravilloso al que le dicen Bielsa.
Iker Muniain. Sí. Era él. El que con 14 años, en un Portu vs Athletic amistoso en La Florida, trazaba diagonales vertiginosas buscando el punto de penalti desde la banda izquierda. Su espacio natural. El 'sitio de su recreo'.
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