Mal día para morirte, Anton. Mal día. Muy malo. El peor, Anton Arieta. Nuestro Arieta II. Le has jodido el homenaje a Ricardo Bochini, que se vino de Argentina para recoger su 'One Club Man', y lo debió hacer soportando los 'sonidos del silencio' y contemplando esos lazos negros que rodeaban los brazos de los leones.
Mal día, sí. Muy malo. Si por mí fuera, si me hubieran dado elegir, hasta los 100 años habría alargado tu vida. O que hubieras gozado del don de la inmortalidad. Porque el Athletic Club no puede soportar que desangren sus 'onces de memoria'. Etxeberria, Txutxi Aranguren, Fidel Uriarte... y ahora tú.
Recuerdo aquella mañana posterior a San Roque. San Roquillo: ¡fiesta en el Ojillo! Un tablado de madera para los festejos. Me dio por subir para retarme a mí mismo en una prueba de toques de balón. Me traicionaron los nervios. O tal vez no estaba preparado para semejante exhibición.
Subió de seguido otro niño. Tomó el micrófono y empezó a cantar una canción que jamás había escuchado. Faltaba un mes para mi primer partido en San Mames. Un año para tu gol que nos dio la copa frente al Elche CF. Seis, para unirte a Zubiaga en el [2-0] que le endosamos al Castellón con Milorad Pavic en el banquillo.
A la espera de mi debut con motivo de la visita del Córdoba [3-0], tu nombre escuché antes de verte en San Mamés incrustado de ariete en aquel equipo de memoria. Y el niño se puso a cantar... "Arriba / arriba, arriba / arriba Rojo ese balón / que Uriarte lo prepara / que Uriarte lo prepara / viene Arieta y mete gol"...
Qué bonito, me dije. Poco tiempo habría de pasar para descubrir que en San Mamés la canción era himno que la Catedral entonaba cuando el equipo era un fiero León que se desataba.
Arriba, arriba, Antón, arriba, Arieta, la undécima parte de un 'Athletic de memoria'... Acompañado por Fidel, protegido aquí, en la Tierra, por Clemente. Goian zaude, Antón Arieta! Dos 'copas' con las que brindar con Piru Gainza. Celebrar, por ejemplo, que el Athletic, a día de hoy, sigue siendo equipo de LaLiga Santander.
·Por Kuitxi Pérez, periodista