Llega. Se mantiene. Se eleva. Cae bruscamente. Desaparece. Vuelve... La última vez lo vi irse, desnudo y triste. Perderse por el túnel de los vestuarios de Montilivi hasta desaparecer. La gente no entiende. Se lleva las manos a la cabeza. Llegan de pronto 'los de entonces', los que nos precedieron y aún se mantienen, resisten, como si fueran los habitantes de esa ciudad fantástica en la que nadie fallecía: "Al día siguiente no murió nadie".
Así le da inicio José Saramago a su inquietante novela 'Las intermitencias de la muerte'. Caos en la ciudad de los ancianos vivos. Hasta que la muerte regresó para seguir llevando a cabo su limpio y silencioso trabajo.
De lo contrario, la gente se nos echará encima, y con razón. Se trataba de 'resucitar' para poder dar la talla frente al Alzira. Allí donde el Portu cayó. Y calló. De caerse y de perder el habla ante mi triste figura instalada entre los asientos de la tribuna del estadio 'Luis Suñer'. Ha llovido. Y el Athletic, intermitente, como si le resultara imposible liberarse de esa condición de equipo oscilante.
Algo que, bien pensado, resulta indispensable para que el mundo Athleticzale eufórico resurja luego de haberse movido respirando azufre entre las llamas del infierno donde se juegan los partidos de fútbol más espantosos. Algo habrá que hacer, vuelta la burra al trigo. Valverde, dándole vueltas a la cabeza a las puertas de un Athletic Club vs Real Valladolid "importantísimo".
Le venían dando la murga a cuenta de Gorka Guruzeta y su capacidad de ver portería en espacios cortos de tiempo. Le citó en Lezama para que abandonara la 'manada' y se acercara hasta él. Toma mi brazo, le dijo al futbolista. Para qué. No hagas preguntas y obedece a tu entrenador. Se lo tomó. Y ahora, tuércemelo.
Gorka no entendía la escenificación del dicho metafórico. Y fue así como 'Ernesto Valverde dio su brazo a torcer'. Guruzeta sería de la partida en el "importantísimo" partido a librar frente al Real Valladolid de 'Pacheta'. Ese hombre que, en su etapa de jugador, se especializó en marcarle goles al Athletic ante la mirada de un Jose Iragorri escarmentado: "Patxeta, quién si no; otra vez Pacheta", decía en su micrófono de Herri Irratia.
Con Guruzeta de 'nueve', Valverde podía recuperar aquella pareja letal que tanto le daba a su Athletic allá por la mitad de la segunda década de siglo.
Ir descontando rivales hasta, próxima la línea de fondo, insertar el balón en ese espacio del área en el que la defensa recula de espaldas y sus compañeros fijan con saña su mirada en la figura del portero. El primer gol de la tríada que el Athletic le encajó a Masip fue un calco de aquellos de entonces, cuando el 'juego intermitente' del Athletic le procuraba gloria.
Iñaki se la puso de lujo a Aduriz. 'El del Antiguo' [el tiempo pasa; nos vamos poniendo viejos], más 'Zorro' que nunca, decidió aniquilar al portero rasgándole dos veces el cuerpo con su mítica espada. Dejando la señal de su Zeta, Aritz Aduriz se esfumó como se dice de los resucitados que vuelven a la vida para que sepamos que siguen vivos en lo eterno. Fue entonces que Gorka Guruzeta se le empezó a mostrar a San Mamés como su más ferviente devoto.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista