"Caerá el Athletic Club en su Catedral ante 51.544 almas; sobre la hierba, leones derrotados llorando su infortunio; en el graderío, la distancia entre la tristeza y el gozo será desproporcionada". Sucedió. Acaba de suceder. Algo tan terrible, sin embargo, no llegó a predecirlo Michel de Notre-Dame ['Nostradamus'] en su colección de '942 cuartetas poéticas' incluidas en su libro de 'Profecías' publicado por primera vez en 1555.
El 'boticario', que se entretenía adivinando un futuro que no llegaría a ver, habría de acertar muchas veces porque la existencia se disfraza de implacable obrero que, infatigable, a un féretro de bronce clavetea. Aún siendo un francés de la Provenzza, no llegó a visualizar al periodista mientras en el diario 'L'Equipe escribía "Athletic, caso único en el mundo". Será que no le gustaba el fútbol que habrían de inventar los ingleses.
En sus noches de insomnio, la falta de sueño le impidió visualizar la tragedia que irrumpiría de manera cruel en el Centenario de la Sociedad Deportiva San Pedro. Mientras en los aledaños de San Mamés todo era jolgorio, en la vía peatonal de una carretera de Cantabria tres personas eran arrasadas por un vehículo conducido por un hombre que llegó a este mundo con vocación criminal.
Dos mujeres y el hijo de una de ellas, un chaval de 19 años que se dedicaba a entrenar a un equipo de las categorías inferiores del San Pedro, un club, el sestaoarra, que recién había empezado a 'calentar' para jugar con intensidad el gran 'partido de su Centenario'.
En la tarde noche de un 4 de abril, en el aire volaba la moneda de la suerte. Diabólica. Terrible. Porque cayera como cayera, en sus dos caras estaba reflejada la muerte. Ante el fallecimiento de tres seres humanos, que el Athletic terminara 'perdiendo la vida' en su duelo frente a Osasuna se convirtió en un hecho menor que fue perdiendo 'planos', desde el primero de este 'diario' en el que se escribe hasta ese último en el que lo referente al Athletic cae, se precipita y desaparece.
Aún así, el periodista, 'nobleza profesional' obliga, haciendo de tripas corazón, sacando fuerzas de su flaqueza, no puede olvidarse de la tristeza infinita que lo invadió cuando vio a los leones tumbados en el césped de la Catedral. Caídos, que no muertos, ni derrotados. Nunca una batalla resultó tan paradójica a la hora de hacer recuento de los unos y los otros. Venció la tropa de Valverde. Superó a su rival por goleada.
De ahí que, cuando a su final se debe dar fe, hasta Flavio Josefo, afamado, prestigioso historiador que cubrió 'La guerra de los judíos', se quedaría pasmado al ver cómo el vencedor termina tumbado y el perdedor se regodea dándose un baño de masas en las revoltosas aguas de un pueblo que en clara minoría se acercó hasta el campo para alentar a un equipo que resultó ganador a pesar de ser claramente derrotado. Una lanzada suya pudo más que mil espadas clavadas en su pecho.
Aunque, a la luz de la luna, el campo de batalla fuera un reguero de ''rojillos' sesos y leones doliéndose en lo más suyo, cuando el árbitro de la contienda alcanzó el centro del rectángulo, algo así como el final del ritual de un combate de boxeo habría de visualizarse.
A su izquierda y su derecha los 'peleadores', sujetadas las muñecas con sus manos, el juez del combate habría de tomar una decisión insólita. Tras el discurso inquietante del 'speaker', Del Cerro Grande alzó el brazo de un Osasuna tocado, grogui, a punto de caer en todos y cada uno de los 'asaltos'.
Jagoba Arrasate, su preparador, tentado había estado de tirar la toalla para que su 'púgil' dejara de sufrir semejante castigo como el que recibía. Ahora, al ver cómo un 'tongo de libro' le declaraba ganador, se hizo cargo de que se acababa de convertir en el 'segundo' en la historia del C.A. Osasuna.
Cuando el árbitro relajó sus manos, el Athletic, que no había recibido castigo físico, rostro inmaculado, no pudo evitar maldecir con llanto su mala suerte. Lloraba por él y por su gente. Lloraba, también, aún sin saberlo, por la familia de la S.D. San Pedro, a la que la vida, por manos de un sicario, le había roto el corazón en el año de su Centenario.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista