El Athletic, sometiendo a la Real, que no se deje engañar Imanol Alguacil    

Solidaridad. Empatía. Capacidad y deseo de ponerme en la piel de los leones. En sus garras. En el rugido fiero y constante que amenazaba con desbaratar las vidrieras de la Catedral. Sintiéndome en deuda con el fútbol 'Vintage' que el Athletic Club nos había regalado, ya de noche, me fui al monte, a la cumbre del monte, a sudar mi vestimenta de mendizale como ellos lo habían hecho con la zamarra de Pitxitxi e Iñaki Williams. Serantes arriba. Barro, humedad, esfuerzo y fatiga.

No eran horas. Pero como no quería que el día muriera sin aportar lo mío, frontales que iluminaban el sendero y desbrozaban con su luz los jaros, los árboles y las rocas. Era, en cualquier caso, mi forma de festejar una victoria que, por segunda temporada consecutiva, había puesto las cosas en su sitio, a cada equipo en su lugar, desde el [4-0] con Marcelino hasta este [2-0] que me había sabido a gloria.

Bajando los humos ajenos y subiendo la autoestima propia. El Athletic, por encima de la Real Sociedad, como era sana costumbre hasta el día ese en el que las cosas se torcieron convirtiéndose en crónico mal que nos llevó a perder esa final de La Cartuja que, pese al [0-1], no llegó a jugarse por no comparecer el equipo perdedor en el terreno de juego.

Un Athletic 'de siempre' enfrentado a una Real cuya forma de jugar se ha ido deteriorando a medida que su entrenador veía que su equipo escalaba puestos en la tabla y en lo alto de ella se estabilizaba. Desde que... "el fútbol le debe una liga a la Real" que dijo De Pedro, al... "podría ser que la Real Sociedad fuera el conjunto cuyo fútbol es más bonito de ver" salido de las bocas más influyentes que residen en el foro madrileño.

Pues bien, cuando los de Valverde venían del batacazo copero ante Osasuna, estabilizadas sus 'constantes' rompiendo en Cornellá la racha funesta de tanta derrota, llegaba el momento de subirse al 'tren de las cuatro y cuarto'.

Sin tirar la casa por la ventana, apropiándose de la cultura vasca como la Real hiciera sirviéndose de los focos televisivos que iluminaban Anoeta, el Athletic decidió 'tirarse al monte' cantando "Ikusi mendizaleak / baso eta zelaiak / mendi tontor gainera / igo behar dugu... Gu euskaldunak gara / Euskalerrikoak". Y fue así que, con la agradable compañía de Sabin López de Gereño, ascendí el Serantes. Como en el reciente lunes de Cornites lo había hecho. Pero de noche. Sin pan ni talo; sin morcilla ni chorizo. Sin rosquillas, pérdidas en las nubes por aquello de su precio.

Extenuado. Como Yuri Berchiche y Yeray. Como Vesga y Dani García. Brega sin pausa ni concesión. Duelos aéreos. Batallas navales libradas en un San Mamés empapado. Y he aquí que, ya se dijo al principio, al saltar ellos saltaba yo; que a la hora de ir a la lucha, me alistaba yo también. De eso se trataba. Luego de tiempos de desapego, la causa del Athletic era mi causa. Para lo malo de la derrota. Para lo bueno de esta victoria que se empezó a fraguar desde el debido respeto a uno mismo. No permitir que el 'caco' entre tu casa y la desvalije.

Sentir que somos más. Y siempre lo seremos. Porque a la hora del recuento, nos sentimos más identificados con aquellos del 'sol morir' que con los del 'sol naciente': "Gu euskaldunak gara, Euskalerrikoak". Porque  el sentimiento de pertenencia es un acicate, ese 'algo más' que nos hace sentir gigantes a la hora de medirnos a esta Real Sociedad que, libremente, decidió tomar otro camino. Una suerte de 'atajo' para llegar siempre 'antes' en este 'sin parar' que es el fútbol.

De ahí que la carrera de Iñaki Williams culminada con ese zapatazo la sintamos como nuestra. Contagiados de su velocidad. Orgullosos del pase medido, preciso, perfecto que había recibido. Gestado en la intuición. Ejecutado con la pierna izquierda de ese navarro al que, en su etapa colchonera, Simeone le llamaba 'Rulo'.

Cuando vimos entrar la pelota por la más próxima de las dos escuadras, una sensación de paz con nosotros mismos. Algo merecido. Justo en el sentido más humano de la palabra. Algo muy distante, un gesto enemistado con aquel suceso cruel que supuso caer ante Osasuna luego de haberle vapuleado.

El Athletic, sometiendo a su rival. Que no se deje engañar Imanol Alguacil. Cierto es que Unai Simón nos libró de todo mal. Tan cierto como que sus detalles de portero colosal fueron, no más, tres  espejismos en el desierto porque el que el pueblo de Imanol llevaba a cabo su 'éxodo particular'. O, si me dan a elegir, tres fogonazos en la toma total de la cámara que recogió la totalidad del partido.

O, termino, tres asaltos a los puntos ganados en un combate dominado siempre por un Athletic que, si se esmera, si se empeña, si hace lo que bien sabe, si sabe lo que hace bien, es capaz de 'tirar al piso' a esta Real Sociedad exagerada por los mensajes de Take Kubo.

• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista