En contra. Más en contra que nunca del 'universo Athleticzale'. Porque me va en el alma lo de escribir 'contra crónicas' en ElDesmarque Bizkaia. Podría ser fingimiento esta manera mía tan especial de mirar por detrás de lo que ya existe. De lo que se fue para nunca más volver. De este partido frente al Deportivo Alavés que era de Liga, de esos en los que en juego están tres puntos. Nada más. Nada menos. Una barbaridad si tenemos en cuenta que el Athletic Club, luego de quitarse de encima a un pegajoso y molesto rival, se ha alzado hasta los 56 puntos que le otorgan plaza en la 'Champions League'. Sin grandes alardes. Por inercia. Llega el equipo al trabajo. Firma a la llegada. Hace como que gana el partido. Vuelve a firmar y se va.
En la Catedral, como si se tratara de la misa dominical que, aunque celebrada en sábado, el Athletic valida. En San Mamés, esa 'misa de salida' en memoria de todas aquellas personas que un día no podrán alentar a estos leones que transitan por el campo como si lo hicieran subidos a un autobús. En misa y repicando. Como si la Copa ya hubiera viajado desde la Cartuja al Museo de San Mamés. Tantas sensaciones como éstas me atosigan. Me ahogan. Miedo de que la próxima víctima en el graderío sea yo.
Como si enfermar hasta morir en los estadios se estuviera poniendo de moda. De moda, también, aupado hasta lo más alto, Beñat Prados, que, en un plazo de tiempo muy breve, ha pasado de ser un 'meritorio' de Valverde a convertirse en "Beñat Prados y diez más". Qué barbaridad. Será que, en tiempos revueltos, la gente necesita un ídolo joven al que venerar.
De Marcos, Vivian, Yeray, Lekue; Prados y Ruiz de Galarreta. Equilibristas autónomos. Como si el Athletic hubiera puesto en manos de una 'contrata' la suerte de la zaga y el medio campo de cara a la Final. Preocupante. Como si no conformaran la parte del grupo de un equipo. Deslavazada retaguardia y línea de creación. Va cada uno buscándose la vida con la cautela de no morir en el intento. Se mueven en el alambre. Uno a uno. Conscientes de que, víctimas de un mal paso, caerían a un vacío donde no existe la salvación de la red. Laterales y centrales que van a lo suyo, cumplir, sin más. Duelos individuales en los que el riesgo no tenga cabida.
O sí. Temerarios avanzan dejando un vacío a sus espaldas. Y cuando deciden desprenderse de la pelota, creyendo que le dan seguridad al juego del equipo, con osadía arriesgan tentándola a la suerte que por el centro del campo se mueve en las botas de Galaxy; sobre su compañero, la afición ya se ha pronunciado: "Beñat Prados y diez más". Valverde ya se expresó al respecto: "Es tal su trabajo sin balón que termina los partidos con calambres". Y con la pelota, ¿qué hacemos?...
Para 'Galaxy', para Prados, aunque, de espaldas a la portería de Sivera como están, y encimados por sus marcadores, el esférico que reciben se convierte en un regalo envenenado. Como dos 'medio centros' que son, y en un Athletic de ir y volver, que no de 'permanecer', deberían saber que la pelota es la que debe correr en solitario, y no ellos recorriendo los espacios con la pelota pegada a su bota, opción, esta segunda, que pasaría por librarse de los pegajosos marcajes que ordenó Luis García Plaza en la previa del vestuario y la pizarra.
No siendo corpulentos, y careciendo de los movimientos vertiginosos de Sancet para deshacerse de los que le hostigan, tientan a la suerte de la cara y la cruz que supondría conservar o perder la posesión de la pelota. Y aunque la sigan atesorando, conducirla en exceso no es cosa buena. Ernesto Valverde, sin embargo, bendice las maneras de su juego, aunque a mí, desde la distancia, me resultara complicado distinguir así sus nombres como el fútbol que le aportaban al equipo.
Al borde de la media hora. Treinta minutos en los que García Plaza, conocedor y gran admirador de la magia del juego que desprende la propuesta de su colega de banquillo, veía cómo los palos que sus futbolistas les metían a las ruedas de la diligencia del Athletic habían conseguido que el carromato se detuviera hasta quedarse varado. Preocupante escenario este que el calendario había decidido para que los leones pudieran despedirse de su gente a las puertas de la Final.
Y si en la Cartuja, frente al RCD Mallorca, el equipo se bloquea como en la infausta noche aquella en la que Imanol Alguacil le dijo a Marcelino, ‘Dame esa Copa, que no es tuya’, y, de seguido, García Toral se la dio sin ni siquiera discutirla.
Quiso Unai Simón que el guion de la ultima noche variara. Medraba el Glorioso en la Catedral cuando un 'delantero' cometió el error de intentar defender un balón en su propia área. Cuántos penaltis cometidos. Incluso yo me acuerdo de la metedura de pata de un centrocampista del Club Portugalete al que le dio por explorar un territorio que no era el suyo. Nico Williams. Nadie protesta. Será que sus compañeros están convencidos de que Luis Rioja le dará a Unai Simón la pistola cuando el portero de Murgia se la exija.
A partir de la tremenda 'atajada' de uno de los sucesores de Iribar, el tiempo se salió del reloj para correr apresurado recorriendo las marcas que los jugadores trazaban en un choque sin control. El primero en distinguirse fue el pequeño de los Williams. Deprisa, deprisa. Pase de la muerte, sentencia ejecutada. Guruzeta, que le ha cogido el gusto a oficiar de 'verdugo' en un Athletic implacable. Sin perdón.
El Glorioso había acusado la tremenda pegada de la cuadrilla de Valverde. Chicos con cara de buenos que engatusan a su enemigo como la araña a la mosca hasta atraparla en su red. Incluso García Plaza había bajado los brazos. Si está noche, no, cuándo será, Nunca, se responde, porque sabe que tiene muy cerca esa permanencia en una categoría que "el Barbas" le regaló con "el último penalti que pasé contigo". Y como vigiladas estaban las espaldas de Galaxy y Prados, Valverde, como si en legítima defensa, decidió atacar las espaldas de los zagueros 'babazorros'.
Largo, largo, muy largo, más largo aún, que Iñaki es capaz de atrapar todas las piezas que se le lanzan. Viajando en el tiempo y los espacios, pretendiendo controlar la pelota, le salió una asistencia de lujo que despistó a todos los implicados, menos a uno, Guruzeta, quién, si no, que le seguía el rastro a un rival herido y se encontró con la pelota, muerta, tuvo que ser él mismo el que le devolviera la vida alojándola en la portería de Sivera, red, fondo, anda, échate, descansa un rato, recupérate.
Nadie sabía que no habría más goles. Pocos, que el partido viviría el resto de su tiempo instalado en ese lugar donde tanto cabe el sosiego como la intranquilidad. Seguía siendo un cruce de liga; tres puntos, nada más y nada menos. Un botín, un tesoro, oro molido que Valverde ansiaba guardar en el pañuelo que llevaba en el bolsillo. Faltaban, qué se yo, veinte, quince minutos, cuando me vi atrapado en lo más impensable de una jauría. Será, quizás, que mi sitio ya no es éste. Que haya llegado la hora de cambiarme de localidad.
Rodeado. Asediado. Sintiendo que mi San Mamés había desaparecido con el 'expolio' del Arco. Que el Athletic que yo siempre había amado derecho se fue a la gloria con el pecho de Txetxu Rojo atravesado. Y si tan solo fueran cinco minutos?... Si la vida es eterna en cinco minutos, cómo no serlo este partido que estaba por cerrar. "A Sevilla, Oe... A Sevilla, Oe"... "Que bote San Mamés".
Como en el corazón de una pesadilla diseñada por el diablo. "Éste equipo tiene alma", acuñó Joaquín Caparrós. Esperame, utrerano con "sangre roja y blanca en las venas. Esperame. Que muy pronto, o enseguida, estoy contigo. "Nos vemos en la Cartuja". Ahora, sí. En la Cartuja nos vemos.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista