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Recuerdos de una final del Athletic... Torremolinos 84

Jon Spinaro

Decía siempre el gran Miguel Gila, cuando narraba su vida en uno de sus magistrales monólogos, que cuando él nació su madre no estaba en casa porque había ido a pedirle perejil a una vecina. Modestamente, diré que cuando el Athletic Club ganó su última final de Copa yo tampoco estaba en casa, estaba en Torremolinos disfrutando de un viaje de estudios programado desde hacía mucho tiempo para esas fechas.

Pero es que no sólo la final la tuvimos que ver en el salón de un hotel andaluz cuyo nombre ya ni recuerdo, sino que, una semana antes tuve que vivir el último título de Liga a través de la radio del autobús en el que íbamos a cruzar la península. Creo que jamás he vivido un viaje por carretera más largo y alocado.

La convocatoria para el periplo lúdico-cultural estaba fijada a la misma hora en la que comenzaba el choque en La Catedral. A pesar de que la singladura comenzó con el habitual retraso porque la puntualidad no era algo por lo que destacáramos. Recuerdo que cuando Rocky Liceranzu lograba el 2.999, Gorka estaba todavía con el pie en el estribo y no se abrió la cabeza de milagro con el marco de la puerta del bus a causa del bote que dio en la celebración.

Rocky Liceranzu anota a la Real Sociedad el gol que daba una liga al Athletic Club en San Mamés en 1984.

Andábamos cerca Miranda, creo recordar, cuando Pello Uralde marcó el gol menos celebrado de la historia de la Real Sociedad y nos dio un vuelco al corazón. Afortunadamente el drama apenas duró 10 minutos hasta que llegó la locura del 2-1 y la euforia con la posterior finalización del partido. Habíamos ganado la segunda Liga consecutiva.

Tras una noche de viaje que terminó en afonía generalizada y las espaldas destrozadas por la incomodidad del asiento, llegamos con el amanecer a Córdoba primera estación de lo que podía haber sido un vía crucis pero que terminó siendo un viaje al cielo del balompié.

No entraré en detalles de lo que fue esa semana de poco dormir, mucho beber y una alimentación de bufet de hotel que hoy en día no pasaría ni el más laxo de todos los controles sanitarios que os podáis imaginar. Hubo un pollo cuyo recorrido se paso de ir asado en un plato a ingrediente de croqueta para terminar entre pan y pan en el bocadillo de la excursión a Granada. Puro delicatesen.

Dani, Sarabia, Goiko, Endika y Javier Clemente en la final de Copa de 1984 (Foto: AS).

Después de seis días escondiendo las banderas rojiblancas que habíamos portado en el bus porque el director del hotel ya nos mostró desde el primer día que no sentía ninguna simpatía por “el Bilbao”, llegó el que al fin y a la postre fue el gran acontecimiento del viaje: La final.

Como la adolescencia viene caracterizada por la inconsciencia y la osadía del ignorante, el estado de euforia en el que llevábamos viviendo durante una semana, sin un padre a mano que nos diera una colleja que nos pusiera los pies en la tierra, hizo que desde la mañana nos sintiéramos los grandes favoritos.

Tras un conato de guerra civil al conocerse la alineación entre clementistas y sarabistas, afortunadamente la sangre no llegó al río gracias a las dotes de pacificador del profesor de Historia y fuimos tomando asiento en el salón del hotel.

El gran cisma del Athletic Club en los años 80 del siglo XX: Manolo Sarabia vs Javier Clemente.

El repertorio de descalificativos hacia Maradona poco tardó en hacerse más largo que la lista de suspensos de algunos de los allí congregados y se escenificó a lo largo de los 90 minutos del choque, aunque, si os digo la verdad, recuerdo muy poco de lo que pasó tras el gol de Endika y apenas si tengo una vaga imagen de Migueli emulando a Bruce Lee y a Miguel Sola con el labio partido.

La noche fue muy larga, larguísima. El tópico de que se desató la locura se queda corto para describir lo que vivimos allí. Nuestra fama ya debía de haber corrido por toda la localidad durante aquella semana porque no hubo un solo pub o discoteca que no tuviera un relaciones públicas, o como quiera que se llamaran esos personajes en 1984, a la puerta del hotel ofreciendo una primera copa gratis en su local para a cualquier componente de esa horda de alegres basauritarras que estaban dispuestos a bebérselo todo a la salud del Pelusa.

Celebración del título de liga del Athletic Club, en Las Palmas en 1983, con Rocky Liceranzu, Miguel Sola, Cedrún y De Andrés.

Ni que decir tiene que, salvo Lolo, Andoni y algún otro sempiterno repetidor, ninguno teníamos edad legal para beber alcohol, pero aquello no supuso ningún óbice, obstáculo, cortapisa o valladar para que los empresarios del ocio nocturno local hicieran la vista gorda en todos los locales a los que fuimos. ¡Quién coño se iba a poner tan tiquismiquis de pedirnos el DNI!

Habíamos ganado el doblete y, aunque no fuéramos de Bilbao Centro, nos íbamos a fundir el escaso caudal que nos quedaba en una última noche de éxtasis (eh, no penséis mal), euforia y locura. Aprovecho desde aquí para pedir perdón a mi ama porque no me quedó ni un chavo para traer un recuerdo.

El histórico recibimiento a la gabarra del Athletic Club en los años 80 en Bilbao.

Fue una de esas noches inolvidables, pero de las que no recuerdas nada a la mañana siguiente. Muchos años antes de que Quique González escribiera su magnífica canción, todo aquello aconteció “Cuando éramos reyes”, y aunque no “corrimos por Madrid, detrás de algún balón”, sí que es cierto que “quemamos el motor y bebimos en los bares hasta ver el sol”. Todo fue porque sí, y todo fue porque todo salió como habíamos soñado y todo sucedió cuando éramos reyes (de Copas).

Fuimos amaneciendo en lugares insospechados, y lo más increíble es que, a pesar de la locura generalizada de esa noche, todo el mundo se presentó puntual, resacoso, y con la maleta hecha, a las 9 de la mañana de aquel domingo soleado de primavera para tomar el autobús de vuelta y realizar el segundo viaje de la afonía. Seguramente porque ya no quedaba ni un duro que fundir en cervezas y porque nadie quería perderse una nueva oportunidad de volver a ver surcando la ría a esa embarcación de cuyo nombre no quiero acordarme hasta el próximo día 7.

· Por Jon Spinaro, Periodista y dibujante de Cómics

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