Nos ha explotado en las manos una revisión de lo sucedido, de aquellos hechos, tristes y dolorosos como ningunos, que culminaron con la destitución de Javier Clemente, que en su estilo no se ha mordido la lengua, como entrenador del Athletic Club luego de haber perdido el mediático, y dramático, pulso que, a dos manos, mantuvo con Manolo Sarabia, que saca ahora un libro con 20 páginas de reproches, y la junta directiva presidida por el hoy ya fallecido presidente Pedro Aurtenetxe.
Quisiera, tan sólo, fuera una declaración de amor hacia el Athletic a fin de que, aunque sea tachado de quimérico, la distancia tan brutal que, a día de hoy, separa a futbolistas, se acorte hasta el máximo; una suerte de gozosa apretura que volviera a unir estos dos mundos tan separados.
Aparte del amor, ya citado, esa innata rebeldía mía que me hace pelear por causas perdidas mientras el resto de la ciudadanía ´leonina´ da por buena la que yo denomino ´maldición bíblica de la desavenencia, el desacuerdo y el explosivo fracaso de la comunicación´.
Mientras hay vida hay esperanza. Manida frase. E inválida. Porque el que espera, desespera
Nosotros, sin embargo, moriremos, pronto o tarde, y albergo el instintivo deseo (de él se nutre la supervivencia), por ello escribo, de que antes de que cerremos los ojos a la violenta luz de este mundo Javier Clemente Lázaro y Manuel Sarabia López, ´Rubio de Barakaldo´ y ´Orfebre de Gallarta´ cariñosamente llamados, se fundan en un abrazo tan cálido que ahogue tanta rabia, tanta pena, tanto odio, tanta ira, tanta animadversión como ha sido capaz de irse cargando en lo que para mí no es sino el saco mustio y roto que en el sótano del Palacio de Ibaigane reposa sin que nadie quiera verlo…
El daño ya está hecho. Aquellos que ya tengan unos años como el que tiene el escriba lo recordarán perfectamente. Los que eran de esa edad tan pequeña en la que no cabe el pecado por aquello de la inmadura conciencia y el no curtido sentido común.
Y esos otros que no lo recuerdan porque les pilló en la difícil edad de la pubertad, y para todos esos a los que la memoria les falle por aquello de que, siendo selectiva, tiende a apartar lo malo al rincón de la papelera, les invito a que acudan a hemerotecas y videotecas, y a ese mar de fosas kilométricas que llaman internet y en el que todo cabe.
Clemente dijo lo que dijo y sigue diciendo que lo que dijo es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, al menos la suya: un tema deportivo; de disciplina dentro de una plantilla en la que uno de sus futbolistas pide en gritos de exigencia que le sea dada la promesa de la eterna titularidad.
Sarabia, por su parte, apunta que el tema transciende lo estrictamente deportivo y se desvía por los vericuetos de lo personal; algo así como la ley del más fuerte o esa otra que dice que “Donde hay patrón no manda marinero”: te quedaste sin ´Mundial 86´, compañero.
Más allá de lo expuesto, Sarabia ha guardado silencio 38 años “por el bien del Athletic”; aunque, todo sea dicho, ahora el genio de Gallarta se ha soltado la melena con el libro escrito con su esposa. Hasta aquí puedo escribir. Ir más allá sería redundancia.
Ambos están marcados, unidos como niños siameses, al menos para el que cree que los siete primeros años escolares forjan a la persona para el resto de sus días. Los dos estudiaron en las mismas ´Escuelas´.
El Colegio de los Hermanos de la Salle. Aquel centro escolar al que acudían los hijos y nietos de los trabajadores de los Altos Hornos de Vizcaya, como es el caso del que escribe, educación gratuita de un nivel humano y de conocimientos que no tenía nada que envidiar al resto de los centros de enseñanza.
Como baracaldés, Javier Clemente cursó estudios en el colegio “Nuestra Señora del Carmen”; Sarabia, por su parte, lo hizo en “Nuestra Señora de Begoña”, de Sestao, pueblo al que, desde Gallarta, su familia se había trasladado buscando calor en la “llama”.
Los tengo aquí, ahora, horas después de que el Athletic se vistiera de corto para medirse al Villarreal en San Mamés. El Athletic. Su Athletic. El Athletic de ambos. Y el mío. Y el de ustedes, por supuesto. Atrapados están en sendas fotografías. Posando para la posteridad en el patio superior del colegio de La Salle de Sestao.
Como si el fotógrafo hubiera pensado en este momento, en alineación futbolística forman, unos de pie, otros en cuclillas, ubicados, casi, sobre el mismo trozo de cemento, ese que detrás deja el edificio que habitaban ´los Hermanos´, y a la izquierda, el pequeño, viejo y entrañable frontón en el que tanto se jugaba a pelota como se saltaba el potro y se ´volatineaba´ sobre el ´plinton´ en aquellas clases de gimnasia a cargo del esbirro de Franco que pretendía, inútilmente, instruirnos en la llamada “Formación del Espíritu Nacional”.
Sarabia tiene doce años, no más. Viste la zamarra verde y amarilla del equipo de fútbol de su clase. A la derecha de la fotografía, agachado; detrás, guardándole las espaldas, el portero, Olea; a la izquierda, en el centro de una línea de cinco, Moreno, su peón de confianza, el que le hacía el trabajo sucio, y pegado a él, Oribe, su central en la defensa, el ´comandante´. Porque el limpio es para él, el que se hace con el balón en los pies aunque ahora, dado que el partido no ha comenzado, lo haga suyo con las manos…
Dos cursos más tarde, en ese mismo trozo del solar de piedra resquebrajada que es el patio superior del colegio, está Javier Clemente, que, en este día tan especial en el que la Selección del Colegio se enfrenta a un Combinado de Hermanos y Profesores, nos ha venido desde la anteiglesia de Barakaldo para recibir el calor y el cariño en estos momentos tan duros que está viviendo luego de que Marañón le destrozara su pierna izquierda en la Nova Creu Alta de Sabadell.
Vestimos camiseta amarilla y calzón azul. Él, Clemente, mirada serena, alma de gladiador, se arropa con un tabardo gris, del todo anudado con esos botones en forma de cuerno, las manos en los bolsillos, vaya, parece que hace frío, vestimenta que contrasta con la de un niño que se remanga la camiseta casi hasta los hombros…y se recoge las medias hasta conformar un ovillo en los tobillos.
Este día en el que Clemente fue la estrella invitada, en el que ofició de entrenador nuestro, árbitro y al mismo tiempo jugador y alumno homenajeado, le pilla a Sarabia fuera del colegio. Estamos en el curso 1971/1972, uno después de que Sarabia abandonara la escuela porque, con la aprobación del Cuarto de Bachillerato, su periplo en aquel paraíso había llegado a su fin.
De haber repetido curso Sarabia, o de haber venido un año antes Clemente al colegio, los que en el Athletic habrían de ser uña y uña, carne y carne, se habrían dado la mano, y el futbolista lesionado al fenómeno en ciernes le habría podido firmar un autógrafo, como a mí me lo firmó, en el cromo de la ´cole´ luego de haber respetado el riguroso orden de una fila que se me antojaba interminable…
La historia de Javier Clemente como jugador del Athletic estaba llegando a su fin; la de Sarabia como meritorio brillando en los infantiles del San Pedro estaba en todo su esplendor. Un Sarabia que, ya en el colegio, dejaba, recreo a recreo, partido a partido sabatino clase contra clase, detalles de una calidad y talento escandalosos.
Mis ojos saben de un niño con el zapato izquierdo a una pelota pegado. Del muro de la banda izquierda, esa que al frontón miraba, en el que el balón escribía en paredes mensajes de amor al futbol hasta el extremo. De una cabeza que, toque a toque, nos dejaba extasiados contemplando un balón ´curtix´ capaz de recorrer el patio en todo su largo sin necesidad de tocar el suelo.
Yo no estaba en Barakaldo cuando Clemente era un chaval. Pero, siendo escuelas gemelas, le imagino al rubio niño de Barakaldo haciendo en el patio de su colegio maravillas tales, si no más grandiosas, a las de Sarabia en Sestao, Gran Vía, puerta de entrada a lo que habría de ser la boca de un metro, impensable por entonces, en aquellos tiempos en los que, corriendo, cuatro veces al día, completábamos los dos kilómetros y medio que separaban, y siguen separando, el campo de las Llanas y el de La Florida.
Apartados todos de la escena, así ellos como yo, apuntemos que Clemente había debutado con los leones en un Athletic 2-1 Liverpool, de ´Copa de Ferias´ celebrado el 18/9/68. Poco más de un año más tarde, Marañón, con los tacos de su bota, le marcó en la pierna a Clemente un mensaje de retirada a medio plazo, promesa cruel que se iba cumpliendo a medida que Clemente entraba y salía de cada uno de los quirófanos en los que fue intervenido.
Él no se rendía: pidió la enésima “segunda opinión”… pero el Club optó por darle la baja. Duro golpe. La ´baja´. Lo que no conllevó que él se viniera ´abajo´. A futbolista muerto, entrenador puesto. Antes, San Mamés se rindió a sus encantos en un partido homenaje frente al Borussia del apellido enrevesado.
Era el ´75´. Sarabia vio cómo Javier Clemente ganaba el centro del campo desde la banda apoyado en dos muletas. Rompió en llanto el gallartino. Llanto por un ave fénix que se aprestaba a renacer, ese mismo futbolista que en Lezama él veía sudando la gota gorda en pos de una recuperación, a la postre, imposible.
En Lezama se vieron las caras. Esas que en el Colegio de los Hermanos de la Salle de Sestao no se pudieron ver. Se las volverían a ver años más tarde. Cuando a Clemente le regalaron el banquillo del Athletic… y él contestó con dos ligas y una copa.
En la primera, Sarabia ya era uno, aunque, como con posterioridad se habría de ver, no uno más, de sus discípulos, si no el más amado, si, al menos, el más alabado y festejado por sus hechos sobre un terreno de juego: “el futbolista de más calidad que yo he entrenado”, sigue declarando Clemente sin que por ello se le caigan los anillos, los dos que le fueron insertos en su dedo anular con motivo de las ligas.
La primera, la conquistada en el Insular, uno a cinco goles y esa espera que se hacía eterna hasta que al final llegó el final de Mestalla con la derrota del Real Madrid… y la imagen descompuesta de un Sarabia sollozando de alegría ante el periodista que le preguntaba y al que él no podía mirar porque le daba apuro exhibir en público la emoción más pura y fuerte de toda su vida.
A no mucho tardar (25/1/86), fulgor aún en La Catedral y Lezama, ocurrió lo más triste, lo más terrible, lo que yo aún lamento y lloro… mientras el resto de mi pueblo ha encontrado en Aduriz y Valverde ese becerro de barro cubierto de oro al que no dejan de adorar.
A día de hoy, Clemente recorriendo ese triangulo mágico que forman Libia, Zarautz y la Catedral. A Sarabia le escuchó como voz de fondo en los partidos del Athletic que da ´el Plus´. No sé qué mundo habita el hacedor de bicicletas que durante tantos años tan cerca en el colegio yo tuve.
La única certeza que tengo es que, a día de hoy, a esta hora exactamente, minutos después de que en la Catedral el Athletic le intentase al Villarreal recortar, Clemente, Sarabia y yo estaríamos viendo el mismo partido.
A los tres nos une un mismo sentimiento. Pero entre el ´Orfebre de Gallarta´ y el ´Rubio de Barakaldo´ sigue habiendo una distancia brutal, oh, qué mundos tan separados. Como si a nadie le importara. Mas yo no tiro la toalla. Qué puedo hacer. Qué es lo que me falta, de lo que no dispongo para el reencuentro, para la reconciliación… Me falta un día, un niño, un don… para sobrevivir.
- Por Luis María Pérez, ´Kuitxi´ (ex - alumno del colegio de los Hermanos de la Salle de Sestao)