La vida sería más sencilla siendo de otro equipo. Uno distinto al Atlético de Madrid, claro. Más tranquila, con menos vaivenes en el corazón, con menos tensión. Lo sería aún más si Diego Pablo Simeone nunca hubiera llegado al club colchonero en diciembre de 2011. Sin no estuviera Jan Oblak bajo palos y la eliminatoria se decidiera por el camino corto. No habría una tensión similar a la que se dio este miércoles en Anfield, ante el Liverpool. Un Liverpool que parecía inexpugnable, todopoderoso. Hasta que llegó el puñetero Atleti.
Porque si te toca el Liverpool de Klopp, lo normal es que caigas eliminado. "Les van a meter ocho", se apresuraban algunos en diciembre, cuando el sorteo de la Champions League emparejó a los dos equipos. Quién les iba a decir a esos que al final el cuadro colchonero ganaría la ida, ganaría la vuelta y le sobrarían dos goles en la eliminatoria.
El puñetero Atleti no cae eliminado a las primeras de cambio, como ante la Juventus, sino que te gana 2-0 en la ida en un partido para la historia y luego pierde 3-0 en la vuelta. El puñetero Atleti no se mete en una final de la Champions con dulcura, sino pasando un infierno como el de Múnich en 2016. El puñetero Atleti no sólo elimina al campeón, sino que le gana dos veces. Y lo hace sufriendo, con dos goles en la prórroga, con un Marcos Llorente disfrazado de héroe, con Oblak parándolo casi todo, con Álvaro Morata marcando en el 121' cuando estaba lesionado.
Simeone, al que algunos querían echar cuando hace un par de meses fue eliminado de la Copa del Rey, es el gran culpable de que sus aficionados pasen noches agónicas como las de este miércoles. De conquistar Múnich o Anfield. De asustar a los vecinos con cuatro gritos, aunque el primero no sirva para nada. De sobrevivir sin saber demasiado bien cómo, de agotar sus cartas en la prórroga. De correr por la banda, de meter al Atlético de Madrid en cuartos de final por quinta vez en ocho años. En Anfield se vio en estado puro: Simeone es el culpable de este puñetero Atleti.