Aunque muchos no lo saben, Diego Martínez vistió la elástica del Celta hace mucho tiempo. Nacido en Vigo en 1980, ingresó en la cantera del club olívico cuando apenas era un crío, y la abandonó nueve años después para poner rumbo a Cádiz. Allí comprendió definitivamente que su mundo era el fútbol, pero no en el terreno de juego, más bien en los banquillos. A día de hoy, triunfa como entrenador del mejor Granada CF de la historia hasta el momento.
A pesar de que las semifinales de Copa del Rey están a la vuelta de la esquina, Diego Martínez solo piensa en el partido ante el Celta. Una cita especial en su calendario que seguro que "va a deparar un partido muy bonito". Así lo aseguraba en una entrevista al diario Atlántico, en la que expresaba lo que suponen estos partidos para el Granada: "Como equipo modesto, que viene de Segunda, poder competir estos encuentros es un éxito. Y así lo vamos a disfrutar. Cada partido de Primera división es muy especial".
Además, el mal inicio liguero no cree que sitúe al Granada como favorito el próximo sábado: "El Celta siempre ha sido un buen equipo más allá de que el principio de temporada le ha condicionado. Últimamente se está viendo que tiene muchos argumentos", señalaba, a la par que alababa el trabajo de Óscar García Junyet: "Ha añadido matices, pero luego hay algo fundamental, que es la confianza. Y esa te la da reforzarte con buenos resultados y buenas actuaciones, como en Valencia, aunque no consiguiera sumar".
Aunque ya hace mucho que abandonó Vigo, Diego Martínez guarda en su memoria grandes momentos de su etapa como seguidor celeste: "Seguramente, los mejores y peores recuerdos como aficionado del Celta están en la Copa del Rey", confesaba el actual técnico del Granada.
"Recuerdo nítidamente la primera final contra el Zaragoza en Madrid. Estuve allí y la decepción fue tremenda con el penalti de Alejo. También me tocó vivir en el campo la de Sevilla. Nos adelantamos con un gol de Mostovoi y luego nos remontaron en un día de calor tremendo. Son recuerdos que dejan sabor amargo. Volver de Madrid en autobús, sin apenas dormir, e ir al colegio al día siguiente y pensar para mí '¿cuándo nos va a tocar otra vez?'", recordaba.