Se suele decir que un partido no se puede ver prestando atención a un solo jugador, pero a veces ver a una pareja de jugadores te ayuda a entender el partido. Lo que sucede con Maxi Gómez y Santi Mina. Una dupla que nunca, jamás, de los jamases, ha coincidido vistiendo la misma camiseta en un terreno de juego, pero que irán el resto de su carrera cogidos de la mano. Lo que haga uno será comparado con lo que haga su par, aunque no tenga sentido. Siempre irán atados con el hilo rojo del destino, aquella leyenda china que, según cuentan los antiguos, une a dos personas que quizá nunca lleguen a conocerse, pero son inseparables. Al igual que la comparación entre los dos delanteros, que es inevitable. Al igual que su desempeño sobre el terreno de juego. A análisis durante 90 minutos en el Celta-Valencia.
El comienzo de su partido particular, lo que pasa antes de esto, empezó antes del propio partido. Cuando ambos saltaron a calentar, y mentalizarse para lo que quisieran sus técnicos de ellos. El uruguayo saltó al verde de Balaidos, recién regado por la lluvia, entre tímidos silbidos de la parroquia celeste, mientras Santi Mina -y sus compañeros- fue ovacionado al poner un pie más allá del túnel de vestuarios. Como si fuera el Viejo Oeste, el visitante tenía el cartel de “Most wanted” puesto al cuello porque querían ver su derrota, y el ariete gallego lo llevaba con orgullo porque es el más querido por todos.
Este extraño paralelismo entre ambos continuó una vez el balón empezó a rodar. Si uno peleaba con los centrales en una jugada, la réplica del otro era inmediata. Aunque lo hicieran con suerte y resultado desigual. Los duelos que luchaba y perdía Santi Mina fueron los que luchaba, y ganaba, Maxi Gómez. Así llegó el primer tanto del Valencia, el que volvía a colocar las tablas en el marcador, después de que el delantero uruguayo no diera por perdido un balón, apretara las tuercas a Matías Dituro, y generara el desajuste que acabó con sonrisas y lágrimas respectivamente.
Un musical que tuvo segunda parte, aunque sin cantada alguna, después de que una gran definición de Maxi Gómez diera la vuelta al marcador, puso por delante al Valencia, y dejó al celtismo con la cara descompuesta. Igual que a Santi Mina.
Todo esto, eso sí, sin celebrar, y pidiendo perdón. Porque al final esa es la clave de todo en esta vida. Es mejor pedir perdón que pedir permiso. Y él prefirió hacer esto para darle a su equipo, en su peor momento en Valencia, una victoria importante, y tener el permiso para seguir contando con minutos importantes en un futuro cercano. Todo esto, a costa de sacar una victoria delante de un público que le despidió sumido en una enorme contradicción; entre pitos y aplausos.