El Día de Todos los Santos es un día muy especial en Galicia. Aunque ahora se ha puesto de moda llamarle Halloween y pedir caramelos, en las tierras de la queimada y las meigas siempre se ha celebrado el Samaín. Una celebración galaica que venía a conmemorar el fin del verano (la palabra Samahín, de origen celta, tiene ese significado), y que ha trasladado a nuestros tiempos leyendas e historias para no dormir como la leyenda de la Santa Compaña. Por motivo de esta fecha, en ElDesmarque recordamos un episodio de auténticos brujos que se vivió en Riazor en el Mundial de 1982. Una historia entre Camerún y Perú que supera a cualquier cuento para no dormir.
Pongámonos en situación. Verano del 82. Los niños comen regaliz de palo y esperan ansiosos para ver a sus ídolos jugar. España organiza el Mundial y, en A Coruña, se llevarán a cabo tres partidos. Uno de ellos, sin mayor trascendencia en lo futbolístico, acabaría sobrepasando todas las leyendas y mitos habidos y por haber. En un estadio, claro, cuya leyenda propia se ha forjado a lo largo de los años con las cabezas de ajos y otros mitos relacionados con la tierra gallega.
Camerún y Perú estaban emparejadas en el mismo grupo y, desde muy temprano, empezaron a suceder cosas extradeportivas que hoy en día todavía cuesta creer. Según cita La Voz de Galicia, en febrero de aquel año, los hechiceros del país africano bañaron fotografías de los futbolistas rivales en sangre de gallinas negras. Un ritual que sentó muy mal en la selección sudamericana. Pasó a ser una cuestión de fe y lucha de poderes ancestrales.
Según citan las crónicas del mismo medio, y rescata Alfonso Andrade en sus Crónicas Coruñesas, allá llegaron, desde Perú, dos chamanes provistos de pócimas, estatuillas, una matraca que protegía a sus jugadores de los malos espíritus... y una calavera recién desenterrada. Sí. Una calavera recién desenterrada (por si no quedó claro en la primera lectura).
Cada país puso todas sus armas en juego para ganar el partido. Y, el 15 de junio de 1982, se llevó a cabo el partido en Riazor. Tierra de ajos y meigas invadida por sangre de gallina y calaveras. Demasiadas fuerzas espirituales a la vez, lo que acabó provocando que el partido empezase y acabase de la misma forma: sin goles. Por lo que sea, los hechizos no funcionaron. O lo hicieron demasiado bien.
La crónica peruana todavía hoy en día lo cita como "La fiesta que no fue", pues partían como favoritos ante una selección creciente que acabaría siendo eliminada en fase de grupos. De hecho, ninguna de las dos selecciones hizo un buen Mundial. Demasiadas fuerzas espirituales chocando entre sí. Y 11.000 espectadores en Riazor preguntándose si habría que bañar también el balón en sangre de gallina negra para poder ver algún gol. Roger Milla, mito nacional por jugar tres Mundiales, anotó el único gol del partido que no subió al marcador tras ser anulado por Franz Wöhrer, un árbitro austríaco que prefería no creer en leyendas.