Tras un comienzo de Eurocopa dubitativo, asediada por las polémicas y las lesiones, Francia comienza a creer en sus posibilidades tras su contundente victoria frente a Islandia, y ahora ve en Alemania a un rival duro pero batible.
Allá donde había ruido -primero por la controvertida decisión de excluir a Benzema de la lista de convocados, después por las lesiones de Varane o Mathieu y a continuación por el bajo rendimiento de sus estrellas como Pogba o Griezmann-, crece ahora la armonía.
Una Francia bajo sospecha, con dudas sobre la defensa y sobre el compromiso de ciertos jugadores, recuperó anoche la fe como por arte de magia gracias a los cinco goles con los que despachó a Islandia.
Como el fútbol no entiende de tibiezas, la euforia ha brotado entre los aficionados y en una prensa que hasta hace no tanto ponía en cuestión las prestaciones de los "bleus", obviando que en su camino a la penúltima ronda ha habido más rosas que espinas: Rumanía, Albania, Suiza, Irlanda e Islandia.
"¡Esta vez creemos!" disparaba hoy en portada el popular diario Le Parisien, con una foto de Giroud apuntando con los brazos y la mirada al cielo.
Los jugadores ya no se esconden. El objetivo declarado es el campeonato y de poco valdrán los subterfugios si Alemania vence en la semifinal, pese a que todavía los galos prefieran ponerse la piel del cordero.
"No" fue la rotunda respuesta de Griezmann tras el partido cuando se le preguntó si haber alcanzado las semifinales ya se puede considerar un éxito para la selección francesa.
En ese renacido optimismo, los galos buscan sus razones para creer sobre todo en el resurgimiento de sus jugadores clave, como el propio Griezmann o Pogba, autores de sendos goles anoche, o de actores secundarios necesarios para la gesta, como Giroud, que trata de reivindicarse en ausencia de Benzema.
Si Dimitri Payet fue el héroe indiscutible de la primera fase con sus postreros goles que rescataron a Francia de duras papeletas ante Rumanía y Albania, conforme se acerca la hora de la verdad son las superestrellas quienes agarran las riendas de los de azul.
Parte de la "culpa" se le atribuye al seleccionador Didier Deschamps, que en un momento complicado optó por esconder al atlético y al juventino y sentarles en el banquillo cuando arreciaban las críticas en su contra.
Contra Islandia, sin bordar el juego ni maravillar a nadie, los franceses evidenciaron lo ya que es conocido por todos: cuando atacan, golpean en la mandíbula sin contemplaciones, no hay nadie mejor que ellos para aprovechar los errores rivales.
Sin embargo, cuando tienen que defender sufren -especialmente en los balones parados- y concedieron dos goles a Islandia, que bastante tenía para entonces con aguantar el chaparrón que les estaba cayendo encima en el Estadio de Francia de Saint-Denis.
Quizá la amenaza de Sigurdsson, Andone, Seferovic o Long no haya sido lo suficientemente sólida como para poner a prueba los límites de una línea de circunstancias, ausente de posibles titulares como Matthieu, Sakho o Varane.
El jueves en Marsella, la defensa gala deberá demostrar que tiene los mimbres para sujetar a un equipo campeón. Contará para ello con la vuelta de los sancionados Rami y Kanté, auténtico pegamento del centro del campo.
El optimismo ha vuelto a Francia, pero el campeón del mundo espera en el horizonte.