En 1958, durante el Mundial de Suecia, Francia consiguió lo que jamás logró posteriormente a lo largo de seis décadas de grandes torneos internacionales, en los que su rival de este jueves, Alemania, se encargó de destrozar las ilusiones de varias generaciones de futbolistas franceses que acabaron derrotados por la "Mannschaft".
El 28 de junio de 1958, en el estadio Ullevi de Gotemburgo, un jugador llamado Just Fontaine consiguió, casi él solo, derrotar a Alemania con cuatro goles de los seis que marcó su equipo en el partido por el tercer y cuarto puesto de aquel Mundial.
Fontaine, toda una institución en Francia junto a Raymond Kopa, los mejores del cuadro galo en aquellos años de televisión en blanco y negro, encabezó la goleada ante el cuadro germano, hasta esos momentos todavía vigente campeón del mundo cuatro años después de dar el sorpresón y ganar a Hungría en la final de 1954.
Francia ganó 6-3 y se dio un alegrón que jamás volvería a producirse. De hecho, todos los enfrentamientos contra Alemania acabaron en tragedia para los franceses, sobre todo el primero después de 1958.
Los saltos de alegría de Fontaine en cada uno de los cuatro goles que marcó en aquel partido por el tercer y cuarto puesto fueron la imagen de un equipo al que solo pudo frenar Brasil en las semifinales. Fue, sin duda, una de las mejores selecciones francesas de la historia y su delantero hizo historia al acabar el torneo con 13 tantos, algo irrepetible.
Muchos años después, 24 en concreto, llegó la posibilidad de revancha para Alemania, que dio buena cuenta de su rival en el Mundial de España 1982. Ese partido, disputado en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán de Sevilla, fue uno de los más duros que jamás ha disputado Francia.
La generación de Michel Platini, que dos años después ganaría la Eurocopa disputada en su país en 1984, acabó destrozada por aquel encuentro. "Sevilla para nosotros se ha convertido en una marca: Sevilla", diría años después a Canal Plus Alain Giresse.
¿Qué pasó aquel día?. Francia, simplemente, perdió de la manera más cruel. La primera parte acabó 1-1, con un gol de Pierre Littsbarski para Alemania y otro de Platini de penalti para los galos. Ya en la segunda, el portero Harald Schumacher protagonizó uno de los momentos más feos de la historia de los mundiales.
El meta alemán hizo una entrada durísima a Patrick Battiston cuando encaraba la portería de Alemania. Con la cadera, y en el aire, le golpeó la cabeza dentro del área y Battiston tuvo que ser retirado del campo con una conmoción cerebral, una vértebra y dos dientes rotos. Además, el árbitro no pitó un penalti clamoroso.
Después, en la prórroga, Francia marcó dos goles seguidos. Manuel Amorós y Giresse colocaron el 3-1 en el marcador y todo parecía acabado. "A partir del 3-1 no me gusta seguir hablando porque todavía tengo mal sabor de boca", recuerda Giresse.
Alemania empató con dos dianas de Rummenigge y Ficher y en los penaltis se rizó el rizo. Stielike falló para Alemania y todo parecía listo. Pero Schumacher detuvo la pena máxima decisiva a Six y después paró otro a Bossis para acabar la faena. "Tardé mucho tiempo en ver el partido en vídeo y cuando lo hice me quedé en el 3-1. Aún estoy esperando jugar la final, pero no la jugué", dijo Platini.
La historia se repitió cuatro años después, en el Mundial de México 1986. De nuevo, en semifinales, Francia y Alemania se cruzaron en el camino. Y, de nuevo, ganó Alemania. Esta vez, 2-0, con tantos de Andreas Brehme y Rudi Völler. No fue tan duro, pero también dolió.
Ya en Brasil 2014 se consumó el historial de desgracias francesas ante los alemanes. En cuartos de final, el equipo de Joachim Löw, en el que pudo ser su partido más flojo del torneo, ganó 0-1 con un tanto de Mats Hummels. Manuel Neuer se encargó de parar todas las ocasiones rivales y brilló especialmente en una imposible de Mathieu Valbuena. En esta Eurocopa, sigue igual. Neuer es un muro.
Pero han pasado dos años de aquella última desgracia para Francia y 58 desde su última alegría frente a Alemania. Aquel partido de consolación por el tercer y cuarto puesto puede servir de acicate para el cuadro galo, que intentará recuperar el espíritu de Just Fontaine, el hombre que un día consiguió destrozar al conjunto germano.