La historia de Cristiano Ronaldo en la Eurocopa se escribe con lágrimas. Las que derramó una incipiente promesa del fútbol tras caer con Grecia en la final de 2004 y las que no pudo reprimir en la noche de este domingo al ser retirado en camilla en el duelo contra Francia.
Enrique Rubio
Se cumplió la profecía del madridista de la forma más inesperada: antes de la Eurocopa prometió que volvería a llorar, en esta ocasión de alegría. Y lloró, pero de rabia e impotencia, al ser sustituido. Sucedió muchos minutos antes de la histórica victoria lusa.
El llanto del delantero madridista remitió de forma instantánea al de su eterno rival, Lionel Messi, derrotado hace unas semanas por Chile en la final de la Copa América, en la que el argentino erró un penalti.
Las dos luminarias que se han repartido el trono del fútbol mundial durante la última década se enfrentan de forma paralela al duro destino que les ha sido reservado con sus respectivas selecciones.
Messi anunció tras su derrota que dejará la selección argentina, una decisión que trata de revocar medio país. Ronaldo, por el contrario, abandonó el campo en medio de una fuerte ovación en la que no solo participaron los hinchas portugueses sino también los miles de franceses que poblaban las gradas del Estadio de Francia.
Ya desde el banquillo arengó a sus compañeros mientras estos intentaban aguantar las oleadas ofensivas de los franceses.
Hace doce años, la imagen de CR7 solo en el medio del campo, imposible de consolar por sus compañeros, cuando todavía era poco más que un adolescente quedó grabada en la memoria de su país, y especialmente en la del astro portugués.
Un solitario tanto de Charisteas dio a Grecia una victoria que casi nadie había previsto. Y en una situación similar a la de aquel conjunto se plantó Portugal en la fiesta de Francia, dispuesto a arruinarla con un "saintdenisazo" en la senda del mítico maracanazo.
Con su sustitución mediada la primera parte, Portugal se topó de pronto con un doble rival: Francia y su propia circunstancia. La circunstancia, en lo bueno y en lo malo, se llama Cristiano Ronaldo, y su ausencia se convirtió en un inesperado obstáculo para los lusos.
Sin él sobre el campo -aunque hasta entonces prácticamente no había intervenido-, las pocas combinaciones que lograban enhebrar los portugueses quedaban la mayoría de las veces huérfanas de un rematador tan cualificado como el madridista, pese a los esfuerzos de Nani.
Pero su salida tuvo el enorme efecto positivo de obligar a los lusos a multiplicar su solidaridad y su concentración, a sabiendas de que sus posibilidades disminuían.
Si ya Portugal salía sin la presión de ser el favorito, sin Ronaldo sobre el campo solo cabía la heroicidad. Nadie les reprocharía una derrota. Y su triunfo, como sucedió finalmente, entraría en los anales del fútbol.
En esta Eurocopa se ha podido ver a un Ronaldo más ansioso que nunca por conseguir un título internacional que consagre su carrera, y que de paso marque diferencias con Messi.
Ambos han echado el cierre a una temporada que no ha sido fácil para ninguno de los dos de la misma manera. La gran diferencia es que las lágrimas del portugués comenzaron siendo amargas para convertirse en las más dulces.