El apodo de 'Mosquito' se lo puso su compatriota Samuel Umtiti cuando llegó al Barcelona para hacer olvidar a Neymar. "Me dijo que me llamaba así, porque era delgado y me movía rápido", aclara Ousmane Dembélé, quien finalmente se ha convertido en un auténtico 'mosquito' para el club azulgrana.
Pero de esos que te amargan el verano, que no te dejan disfrutar de las vacaciones ni dormir por las noches. Sobre todo, los dos últimos años, en los que el jugador y su polémico representante, Moussa Sissoko, se habían convertido en un quebradero de cabeza para el Barça cada vez que se sentaban a negociar un nuevo contrato.
El pasado verano, cuando la dirección deportiva planificaba resignada la temporada sin Dembélé porque su contrato ya había expirado y él llevaba más de un año dando largas para renovar, firmaba como agente libre y contra todo pronóstico un nuevo acuerdo hasta el 30 de junio de 2024.
Xavi Hernández, empeñado en liberar al genio francés de su lámpara desde que llegó al banquillo azulgrana, respiraba aliviado. Aunque sabía que la paz, cuando se trata de Dembélé, nunca dura demasiado.
El Barcelona le había ofrecido un nuevo vínculo por cinco temporadas, pero él solo quiso comprometerse a última hora por dos campañas, lo que obligaba a ambas partes a renegociar su continuidad al año siguiente. Por eso, en mayo pasado, el Barça le volvió a poner otro contrato de cinco años sobre la mesa que también rechazó.
Parecía que su agente volvería a calcar la estrategia de desgaste del año anterior, pero esta vez, el culebrón del verano ha tenido un desenlace tan distinto como inesperado.
Aunque probablemente nadie lo reconocerá públicamente, muchos en la entidad azulgrana consideran una gran noticia que Dembélé haya decidido dejarles definitivamente plantados para irse al PSG, aunque se acabe llevando la mitad de los 50 millones que el club parisino ha pagado por su traspaso.
"Tanta paz lleve como descanso deje", piensa más de un miembro de la dirección deportiva. Porque, viendo como pintaba de nuevo la enésima negociación sobre su continuidad, todo apuntaba a que se hubiera marchado, al final de la próxima temporada, con la carta de libertad bajo el brazo.
Y es que las exigencias de Sissoko, que siempre se ha descolgado pidiendo la luna y un trato de crack mundial para su representado, no casaban con lo que el jugador expresaba en privado, sobre todo a Xavi, a quien juraba lealtad eterna y un compromiso total con el proyecto.
Seguramente nunca ha ayudado a rebajar las pretensiones de Dembélé en cada renovación que el presidente del club, Joan Laporta, afirmara públicamente en varias ocasiones que era mejor que su compatriota Kylian Mbappé.
Algo parecido a lo de Laporta pensó Robert Fernández, director deportivo del Barcelona en 2017, cuando fichó al extremo francés del Borussia Dortmund, con tan solo 20 años, por 105 millones de euros más otros 40 en variables.
Entonces, los técnicos consideraron que Dembélé se adaptaría mejor que Mbappé al ADN Barça por su capacidad para abrir el campo y desbordar en el uno contra uno también en el ataque estático. Así que decidieron echar el resto con el dinero que había dejado en caja la fuga de Neymar, también al PSG, pocas semanas antes.
Es cierto que su velocidad, habilidad en el regate, calidad de golpeo y capacidad para usar las dos piernas se cotizan, y mucho, en el mercado futbolístico. Pero también que Dembélé ha exhibido todo su repertorio de virtudes con cuentagotas y casi siempre en escenarios intrascendentes.
Su aire despistado, su vida desordenada -compartía casa con un tío y su mejor amigo- y su falta de control sobre los tiempos de descanso y la alimentación que obligaron al Barcelona a ponerle hasta un cocinero particular, tampoco le han ayudado a mejorar su rendimiento.
Lastrado por las lesiones -ha sufrido una quincena de ellas que le han hecho perderse 119 partidos en seis temporadas-, el punta francés deja el Barça tras marcar 40 goles y repartir 42 asistencias en 185 encuentros oficiales.
La estadística resulta más que discreta si se tiene en cuenta la enorme inversión realizada y las expectativas que había depositadas en él y que solo Xavi seguía manteniendo intactas, pese a su falta de regularidad, su errática toma de decisiones y su dificultad para entender el juego asociativo.
Eso sí, ver a Dembélé en un eslalon desatado, conduciendo el balón a toda velocidad, entre fintas, quiebros y cambios de ritmo mientras iba superando rivales sin parar resultaba un espectáculo catártico para los aficionados, quizá porque era asistir a una especie de trance futbolístico que no se producía con asiduidad.
Porque si el talentoso '7' azulgrana rara vez conectó con el hincha culé a través de su fútbol, aún lo hizo menos con su personalidad fuera del terreno de juego.
Esquivo con la prensa -hasta su cocinero ha hablado más en los medios que él- y reservado con su vida privada -un día se casó por sorpresa en Marruecos sin decírselo a sus compañeros de vestuario, que ni siquiera sabían que tenía novia-, Dembélé siempre dio la sensación de no adaptarse a Barcelona ni saber qué significa el Barça.
Seis años tendrían que haber sido suficientes para entenderlo. O quizá se antojan demasiados cuando no existe química en la relación y tampoco se consiguen los resultados esperados.
Porque Ousmane Dembélé se va a París, con 26 años, después de haber conquistado tres Ligas, dos Copas del Rey y dos Supercopas de España, pero sin conseguir que el equipo haya reinado en Europa.
Aunque Moussa Sissoko se empeñara en negociar sus contratos con el Barcelona como si su representado le hubiera dado al club catalán las mismas Champions que Messi.