Hace mucho tiempo, en una conversación de café, que son las que más me gustan, un buen amigo me dijo que jamás se pondría el nombre de un jugador en una camiseta, que luego acabas arrepintiéndote porque en el fútbol es casi un milagro que una salida sea por la puerta grande. Hay casos que sí, pero pocos. Y ya no solamente un adiós sino también un reencuentro... como el que ahora se va a producir. Y esto no va tanto del Morales jugador como de cuestiones "morales" sobre su marcha y su regreso al Levante que está a punto de oficializarse por dos temporadas y una tercera opcional.
Cuando era un crío me hubiera puesto dos nombres a la espalda. Uno era Quini, un extraordinario delantero que defendió la camiseta granota durante los cursos 1992/93 y 1993/94, y el otro era César, un mediapunta jugón que solamente estuvo en la 1995/96, la del ascenso a Segunda con Carlos Simón. Lo de la identificación no tenía tanto impacto cuando era un nano. Ni había hemeroteca cuando la estrella de turno hacía unas declaraciones que luego podían explotarle entre las manos. Ni por supuesto redes sociales que ahora tienen un poder alucinante. También es que aquel Levante no acaparaba tantos focos.
Hasta el Preciado Ascenso resultaba imposible que un jugador echara raíces. O por lo menos yo no lo he vivido, ni he tenido esa percepción de fidelidad eterna o esa capacidad para generar un berrinche para la historia entre los más pequeños cuando su ídolo se marchaba. Todo se magnifica cuando empiezas a asomar la cabeza entre los mejores y ya no pasas tan desapercibido.
Y digo lo del nombre en la camiseta porque en esto del balón y los tres palos no hay un futbolista para siempre. Que los que permanecen son los que se sacan su pase, los que aguantan el escudo, los que resisten pese a los disgustos, los que también juegan (sin pisar el césped), los que son soberanos para mostrar sus sentimientos. Los aficionados. El partido más importante para cualquier equipo es el de la comunión con la grada. Porque por mucho talento, calidad y argumentos futbolísticos (llámese como se llame el protagonista en cuestión) sin esa unión con el que más sufre, de nada vale lo demás y es más complicado recuperar lo perdido cuando se ha cometido un error. Simplemente basta con lograr que el granota de a pie se sienta representado. Luego hay otra verdad, si entra la pelotita… todo se endulza.
La desafección es la peor sensación que puede invadir en un club de fútbol. Y aunque de puertas para dentro, cada vez que lo digo, me dicen que no piensan como yo, me mantengo en mi idea: hay que evitar que se comience la era Julián Calero con este ambiente enrarecido que dejó la temporada pasada; de ahí que haya que medir, hasta la letra pequeña, las decisiones también desde el aspecto emocional, saber gestionar los pros y contras y, sobre todo, las consecuencias y no solamente creer que con lo puramente deportivo es suficiente. O porque si se pone a tiro un activo así no lo puedes dejar escapar para que se lo lleve otro. Sin obviar esa urgencia de tener que hacer caja.
Lo he comentado en varias tertulias, pero no recuerdo si lo he escrito alguna vez… yo también me sentí traicionado cuando Morales decidió marcharse al Villarreal, con la carta de libertad bajo el brazo, tras prometer que jamás abandonaría al Levante en una situación de descenso. Me creí su promesa y me llevé una decepción enorme. Incluso siento que llegué a defender cosas que eran indefendibles. Pero ahí la clave fue intentar (creo que lo logré aunque me costó) diferenciar lo personal de lo profesional.
Y no me arrepiento, sobre todo cada vez que hay alguno en redes que recupera y me recuerda una foto (una porque solamente es una la que rula) que me hicieron con él y su agente, hablando en el Centro Comercial Arena, antes de un encuentro de la temporada del no ascenso en el fatídico play-off. Como si no pudiera charlar con él, o simplemente saludarle, y, a la vez, seguir creyendo que la gestión de su salida fue horrorosa (también por el Levante). Y que igualmente me sigue quedando el rastro del aficionado decepcionado por aquel adiós en el verano de 2022. El error más grave de Morales fue perder el relato de su deseo, pero antes como después de marcharse de aquella manera. Fue víctima de sus palabras. Tengo una doble sensación y creo que no es incompatible: no olvido lo que pasó, pero creo que va a sumar más que restar con su vuelta.
Entiendo perfectamente el aluvión de discrepancias con el regreso del Comandante. Absolutamente todas las sensibilidades. Es respetable no querer a quien se considera un traidor. Creo que todo forma parte de un proceso. Y ahí el Levante y el propio jugador tienen que curar esa herida con el menor número de cicatrices. Lo podemos llamar reconciliación o simplemente llegar a un entendimiento para no caminar cada uno por su lado. Lo de caminar juntos que pedía Calero. Si el deseo de Morales ha sido volver es porque el sentimiento permanece. Pero lo que no se puede pasar por alto, y hay que saber interpretar, es todo lo que está provocando entre una grandísima parte de una afición que, por contra, sí bendice, al unísono, el regreso de Vicente Iborra.
Hola Ismael. Yo, como tú, tengo las sensaciones encontradas. Mi hijo, de 13 años, tiene 3 camisetas con su nombre, se fue y lo consideró un traidor, no se las ha querido poner más, eso es así. También fue corriendo el año pasado a hacerse una foto con él en la puerta del Foster poco antes del no ascenso. Con el tiempo te das cuenta que su decisión a nivel personal y sobre todo profesional fue acertada para el, a nosotros nos duele. Pero para mí, es un fichaje y vuelta acertada, y va a sumar. Que necesidad tiene de volver? Oírse pitos e insultos? Ninguna cuando podría irse a otro sitio a ganar el doble y sin problemas. Yo lo aplaudo y lo aplaudiré , mi hijo dice que también, y está ilusionado con su vuelta. Y nos guste o no, esa vuelta junto a la de Iborra nos da una ilusión que habíamos perdido. A veces se nos olvida que somos lo que somos, y esa afección se recupera con gestos como la de Morales e Iborra. Yo aplaudo y quiero su vuelta, de los dos.