Parece que ya sí se puede decir que la permanencia no es el objetivo del Málaga, porque 41 puntos ya parecen la cifra que así lo certifica. Se puede, por lo tanto, sacar el champán y brindar porque el equipo seguirá en la máxima categoría, que era lo que se pedía. Pero la competición ahora te pone el caramelo en la boca. Europa está ahí, en el horizonte más cercano. Gracia se guarda una botella, del más caro que había en la bodega, para la siguiente fiesta.
No tiene límites este equipo porque está lleno de juventud. Y la juventud es impertinente y osada. El Málaga es así. Tiene su colchón para pensar en que si se abre la vía del séptimo, mal tendría que darse para no viajar a Europa la próxima campaña. Sin embargo, viendo cómo respira el equipo y la media sonrisa de Gracia, no hay que descartar nada.
El ímpetu, el fulgor, el hambre. Son algunas señas de este Málaga, pero sobre todo de Juanmi. El de Coín no tiene rival cuando se trata de vaciarse en el campo. Tiene entrañas y calle en sus botas. Lo devora todo. El acierto no es leal con el delantero, no te guarda el espacio y se va con cualquiera. Por eso Juanmi, cuando no marca, también es quien es.
Esta vez marcó un primer gol de cabeza (dato importante porque no es precisamente un ariete tanque) tras un centro sencillamente espectacular de Rosales. Pero el gol es la guinda. Gastó alma hasta el vacío más infinito. Corrió por todos, metió la pierna, incordió... Lo mismo que hizo todo el equipo de Gracia, pero un poquito más.
Ejemplo es el balón que roba a Alexis antes del 1-0. Luego tuvo el recorrido para llegar hasta cerca del área y esperar el fantástico desmarque de Samu, que remató al cuerpo de Jona. Hubo más acciones de Juanmi, que desespera a los rivales en los saques de esquina siendo un suavón. Pero ya habíamos pasado a Samu, un jugador que entiende el fútbol en diagonal como pocos se han visto por Martiricos.
Fue una primera parte espectacular del Málaga, estábamos intentando contar antes de pararnos en la ética y la estética individual de estos malaguistas. El mismo Samu reclamó un penalti por posibles manos de Freddy, Castillejo vio cómo otro gol se le escapaba por una gran parada de Jona, Angeleri tuvo su mano a mano en un tiro cargado de rabia pero sin precisión...
Fútbol total en La Rosaleda. Eso sí, un 1-0 es un 1-0. Los marcadores no entienden de sensaciones. Ellos son de ciencias y sólo les vale lo que dictan las matemáticas. El Málaga debía matar el partido porque ya se fue al descanso con un par de avisos. Uno por una jugada de esas que Kameni tiene de vez en cuando porque le da por jugarse un balón a los chinos con el delantero de turno. La otra la arregló el propio camerunés en un cabezazo de Álvaro (remató solo pero centrado).
Efectivamente, llegó el empate. Primero hubo un aviso con paradón imposible de Kameni sobre la línea que no valía por orsay. Y después una contra sirvió a Álvaro Vázquez para hacer el 1-1. Era eso, lo ficticio del fútbol y de sus merecimientos. Porque el Málaga lo estaba poniendo todo para marcar más y se llevó una estocada.
Duró poco el palo porque se vino el festival. Lo solucionó Darder con un gol de frotarse los ojos, imposible seguir el balón con la vista humana. De su bota a la escuadra en menos de lo que dura un pestañeo. Y el partido hizo crack.
Tuvo una Horta y luego una más clara aún Juanmi que Velázquez sacó con la testa bajo palos. Y llegó el tercero, pero antes un paréntesis para hablar del cambio de Juanmi por Amrabat. Porque el de Coín, que había hecho un partidazo y mojado, se fue mosqueado. Hasta Gracia le dijo algo cuando se saludaron. Menudo gen ganador tiene el niño...
Amrabat, por cierto, salió como un búfalo a comerse el campo. Se le nota que no está en su mejor forma, pero también que está harto de estar en el banquillo y quiere demostrar qué tipo de jugador es. Otro que lo demostró fue Samu Castillejo, que tras hacer malabares en tres baldosas de césped regaló a Horta su ansiado gol.
Se empeñó en cambio el Málaga en seguir tentando a la suerte. Yoda obligó a Kameni a mandar un balón a córner. Contagiado quizás por una rara autocomplacencia, el equipo blanquiazul se relajó y defendió horrible el córner, en el que Álvaro Vázquez solo tuvo que empujarla. Eso generó suspense y que se pidiese la hora a base de pitos.
No hubo