No hubo lleno ni asalto al récord en La Rosaleda, pero se sintieron como 30.000
Antes de que diera comienzo el partido, se preveía una gran tarde de fútbol en La Rosaleda. El choque entre el Málaga CF y el Real Oviedo estuvo marcado por un ambientazo que se percibió durante la semana y se consagró cuando el balón comenzó a rodar. Se esperaba que se alcanzara récord de asistencia al estadio malacitano y, aunque finalmente no se dio, los 21.834 -el tope estaba en los 22.128 que estuvieron ante Las Palmas- se sintieron como 30.000.
Porque hubo cánticos, pitos cuando hacían falta, jaleo cuando fue necesario. Los hinchas blanquiazules sabían que en sus gargantas y en sus aplausos y en sus quejas al árbitro estaba gran parte del resultado final que cosechara su equipo y se dejó todo, lo que tenía y lo que no, para tratar de empujar a los once guerreros de Pablo Guede hacia un triunfo que se le resiste al estadio malacitano desde hace más de cinco meses.
Ni el empate sin goles, ni la clasificación, ni la falta de acierto del Málaga en el área rival invitan al optimismo. Pero a la afición sólo le queda una oportunidad más para ver a los suyos en directo en La Rosaleda antes de que empiece el verano, y seguro que el duelo ante el Burgos es la última gran fiesta de la temporada.
Mientras tanto, con el regusto ácido que deja el partido frente al equipo asturiano, la afición se marcha a casa con la sensación de haber vivido una bonita tarde de fútbol que hacía tiempo no se vivía en este campo, viendo además las caras al descubierto de todos los presentes, y de necesitar una mejor respuesta de sus jugadores. Las bufandas, las banderas y los cánticos poblaron de nuevo unas gradas que echaban de menos este fervor.
