Hay silencios que taponan los oídos. Por momentos, La Rosaleda fue un concierto de música clásica para sordos, pero con el aderezo triste y frío de un funeral. En otros instantes fue un Coliseo con pulgares hacia abajo. Se entiende, porque el Málaga ha sido en estos años y es ahora más que nunca, como dice en una canción Cruz Cafuné, "un amasijo de problemas graves". A veces, ese amasijo se olvida un poco, y en el fútbol pasa cuando el gol sucede. Los tantos de Escassi y Lago Junior dieron el triunfo por 2-0 al Mirandés, para así posponer un descenso que se sigue viendo cerca.
De momento, y con partidos de Racing y Villarreal 'B' por disputarse este domingo, el Málaga se sitúa a cinco puntos de la salvación que marca el equipo de José Alberto López, que juega en casa contra el Eibar. De poco sirven las cábalas, pero lo cierto es que estos tres puntos eran una obligación por pura supervivencia, por orgullo y por dignidad. Aunque pueda ser demasiado tarde.
Lo externo fue irremediable que no tapara el césped, el fútbol intrínseco, el que se jugaba entre Málaga y Mirandés, un partido donde el equipo de Pellicer mostró garra y encontró premio con rapidez y casi sin despeinarse. En un once con varios cambios, como la titularidad de Ramalho o dejar a Rubén Castro en el banquillo para meter en punta a Chavarría y Lago Junior. Desde un envío quirúrgico de Delmás llegó la asistencia hacia Escassi, que cabeceó con rabia y celebró pidiendo perdón a modo de aplauso junto a sus compañeros.
Entonces se dio una curiosa imagen ahí. La mayoría de La Rosaleda celebraba el gol del paleño, que llegó antes del minuto 20, pero el sector de la grada de animación continuó con el "¡Jugadores, mercenarios!". Hubo una pequeña diferencia de opiniones entre los más críticos y los que preferían ser más tibios. Cada uno lo vive a distintos niveles. Este tipo de situaciones, tan extrañas como normales, son las que se provocan en una situación de hartazgo y sentimientos a flor del piel. Esto es el Málaga de la actualidad.
Tras una primera parte sin demasiado brío y con dominio casi pasivo del Málaga, el técnico castellonense introdujo tras el descanso a Luis Muñoz por el amonestado N'Diaye, uno de los más pitados durante el día. Al minuto, llegó el 2-0: Chavarría, como Pablo por su casa, superó a su marca, condujo en carrera dentro del área y centró para servirle en bandeja de plata un gran gol con la testa de Lago Junior. Una píldora de alegría que arrancó el himno del Málaga a capela. Lo cantaron los 18.035 espectadores que asistieron.
Estaba cómodo y tranquilo el Málaga, lo único "bueno" de jugar cuando todo está perdido, mientras el Mirandés apenas arañaba con algún disparo desde la frontal y un remate del segundo máximo goleador de Segunda, el bético Raúl García de Haro. Con Rubén Castro, Burgos y Jozabed como cambios, el público pidió otro a Pellicer: "¡Que salga Álex Calvo!". Gozó de cinco minutos el joven de la melena al viento y el talento a raudales. No le dio tiempo a nada más que a satisfacer a la hinchada.
Entre cánticos ya más alejados del hastío y más cercanos a la reivindicación de la propia afición, el ambiente dejó de ser tan tenso. Y Rubén Castro, con un disparo al palo, pudo agrandar el marcador. Igualmente, el triunfo es más maquillaje que premio. Porque el malaguismo no olvida la realidad. Sabe que sigue siendo casi imposible y se sigue viendo en territorio Primera RFEF. Pero el Málaga, de momento, resiste. Abiertos a lo que suceda en los últimas dos jornadas.