Dicho esto, los que haya en medio de las alineaciones entre uno y otro parecen meros actores secundarios de una película que conducía a la goleada Argentina sobre Irán, en un escenario tomado por decenas de miles de sus paisanos. Pero el fútbol está cambiando. Evoluciona hasta el punto de que los que antes eran muy superiores sufren lo indecible ante los que eran muy inferiores. Se democratiza y todos pueden llevarse las luces de los focos. Lo evidencia la desaforada celebración de las barras argentinas tras vencer en el descuento al combinado persa.
Irán, y algunos de sus hombres como Reza, Dejagah o el propio Haghighi, saltaron al Estadio Mineirao con la ilusión de ser ellos los protagonistas principales, de disfrazarse de Costa Rica y dejar claro que el Mundial ya no es lo que era. Ya no se golea a nadie sistemáticamente y casi cualquier selección, con un mínimo de orden, le complica las cosas a las favoritas. Aún puede estar en octavos Irán, que ha demostrado en sus dos choques una solvencia defensiva envidiable.
Argentina es favorita en todos los mundiales. En este lo es por nombre. Por juego deja mucho que desear y se agarra a Messi. Le ha valido en sus dos primeros partidos y juega con la baza de que su grupo es quizás el más sencillo del Mundial. La democratización del fútbol deja a los de Sabella como mucho al nivel de selecciones sudamericanas que otrora ni le tosían. Chile y Colombia están dando mejor sensación que la albiceleste. Y también que Brasil. Cuando corre el balón son once contra once y la historia y el nombre no juega. Excepto en las decisiones arbitrales, claro.