Iñaki Dufour
Moscú, 5 jul .- La final del Mundial 1998, el magnífico Saint Denis, una grada abarrotada, a la que accedió el público desde cinco horas antes, la ocasión de sus vidas, la oportunidad de un país... Toda Francia estaba pendiente, mientras Aime Jacquet hablaba en la charla previa con Zinedine Zidane.
El seleccionador, metódico, detallista, estudioso, tenía un plan especial para él en el partido de los partidos para cualquier futbolista, la final del torneo de los torneos. Y en casa. Ante su afición. Había detectado una debilidad defensiva de Brasil: cómo marcaba en las acciones a balón parado. Ahí preveía la final.
En su conversación, enfocó a Zidane sobre cómo debía entrar en el área con su altura para rematar o esperar algún rebote. Su análisis fue concluyente. Lo demostraron, ya sobre el terreno de juego, los dos goles de su estrella para lanzar a Francia a su única Copa del Mundo, a una gloria y un éxito desconocidos hasta ese momento.
El primero, el 0-1, en el minuto 27, cuando el '10' de Los Bleus cabeceó en el primer palo, casi a la altura del área chica, con rotundidad; el segundo, el 0-2, al borde del descanso, con el genial centrocampista listo para irrumpir por el medio, con todo el espacio del mundo para conectar con la testa y con comodidad otro córner.
En el minuto 93, Emmanuel Petit logró el tercero, pero el título ya estaba escrito desde mucho antes por Jacquet, desde su capacidad para entender cuáles serían los factores determinantes, desde su visión del fútbol como un juego en el que prima lo colectivo, precisamente contra un rival individualmente superior, condicionado por la convulsión que había sufrido Ronaldo horas antes de la final y que mermó al extraordinario delantero para un duelo tan decisivo.
El Mundial era de Francia, con el indiscutible mérito de Jacquet, rodeado de una generación y un equipo para la historia de su país, con el portero Fabien Barthez, Lilian Thuram, Marcel Desailly, Laurent Blanc, que ejercía de líbero, Didier Deschamps, Emmanuel Petit, Youri Djorkaeff... Y Zinedine Zidane.
La culminación del proceso que inició cuatro años antes para reconstruir una selección golpeada por su ausencia del Mundial de 1994. La dotó de nuevos mecanismos y de personalidad, ganó experiencia en la Eurocopa 1996, con el límite de las semifinales, y tomó decisiones claves, entre ellas el debut de Zidane.
El 17 de agosto de 1994, Francia perdía por 0-2 contra la República Checa en un amistoso en Burdeos, cuando, en el minuto 63, Jacquet optó por el centrocampista entonces de 22 años del Girondins para la reacción de su equipo. Le dio tiempo para nivelar el marcador con dos goles, los primeros de una carrera internacional del futbolista de 108 choques con los 'Bleus'.
Mientras crecían Zidane o Djorkaeff, el seleccionador también tomó la determinación de prescindir de David Ginola y Eric Cantona, que parecían intocables. "¿Realmente tienen el espíritu suficiente para defender a Francia?", se preguntó sobre ambos. No contó con ellos ni siquiera para la lista preliminar de 37 futbolistas para el Mundial.
También cambió los métodos de trabajo o apostó por Christophe Dugarry, autor del primer gol francés en la fase final de 1998, siempre bajo el foco de las constantes críticas en la prensa, fuera cual fuera su decisión o el resultado, agitadas ferozmente aún más con la derrotas, aunque sólo concedió tres en 53 choques (ganó 34).
Ni una sola en 'su' Mundial, con el 3-0 a Sudáfrica, el 4-0 a Arabia Saudí y el 2-1 a Dinamarca en la primera fase, con el gol de oro de Blanc contra Paraguay en los octavos de final (1-0), con los penaltis decisivos ante Italia en cuartos -ganó en esa destreza por 4-3 tras el 0-0 de los 120 minutos- con el 2-1 ante Croacia en las semifinales y con la culminación: el 3-0 a Brasil en la final.
Desde su estreno el 16 de febrero de 1994 en Nápoles contra Italia, con el 0-1 de Djorkaeff, hasta el campeonato del Mundo en Saint Denis, su último encuentro como seleccionador. "Nunca olvidaré los que me criticaron ferozmente. Esta Copa no es de ellos", anunció nada más conquistar la cima del Mundo. "Yo nunca perdono. Jamás".
Y se levantó de su silla y se marchó de la sala de prensa, mientras 60 millones de franceses festejaban un título en el que quizá no confío casi nadie salvo él cuando asumió el cargo el 17 de diciembre de 1993: "Nadie creía en la selección. No hubo un solo día de paz. Me atacaban de todos lados".
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