Apenas han pasado 24 horas desde el nombramiento de Luis Enrique como nuevo seleccionador nacional y ya han salido los pesados de siempre llevándose la noticia, como con casi todo, al insoportable debate Madrid-Barcelona. A Luis Enrique se le está valorando tanto por sus méritos y capacidades deportivas como por su comportamiento en las salas de prensa durante su etapa como entrenador del Barça, algo que, hasta ahora, no sabía yo que fuese un requisito diferenciador a la hora de valorar el trabajo de un técnico.
A Luis Enrique no se le ha perdonado jamás que abandonase el Real Madrid para fichar por el Barça cuando era futbolista y que triunfase allí, pero tampoco se le ha perdonado que no haya tenido el mejor comportamiento posible delante de los micrófonos... o que no sea demasiado dado a conceder entrevistas.
El cargo de seleccionador nacional lleva aparejadas ciertas obligaciones y un discurso integrador que deberá hacer suyo el asturiano, que ahora pasará a ser nuestro representante futbolístico más importante, pero que nadie se equivoque: Lo más importante es volver a construir una selección española competitiva, acabar con las prebendas heredadas por un vestuario hasta ahora intocable y reenganchar a una afición que nunca ha acabado de meterse del todo en los últimos grandes torneos porque esta selección no enganchaba.
Rubiales ha elegido a Luis Enrique por sus conocimientos técnicos, por su carácter ganador, por su mano firme y por su carácter, y el que quiera saber cómo es Luis Enrique, que vea los minutos finales de aquel imborrable España-Italia del 94. Ese es el Luis Enrique que ha fichado la Federación. El mismo que ha renunciado a ofertas mucho más suculentas perdiendo dinero y que va a ponerles las pilas a los futbolistas. Ese al que le duele la camiseta. Ese que a mí sí me representa.