Iñaki Dufour
Madrid, 13 jul .- El 8 de julio de 2014 no había consuelo en el estadio Mineirao de Belo Horizonte. Ni en la grada ni en el césped ni en el banquillo, en una escena de desolación que ocupó cada metro del campo y en unas semifinales para la historia de los Mundiales, tan impensable entonces como imborrable en el tiempo.
Mientras la decepción de la afición era evidente, con llanto incluido, Toni Kroos y Thomas Müller consolaban al lagrimoso Dante, Luiz Gustavo y David Luiz digerían la pena arrodillados en el terreno de juego y Miroslav Klose abrazaba y arropaba a Scolari,
Brasil asumía uno de los golpes más duros de su fútbol: el 1-7 ante Alemania, la eliminación rotunda de 'su' Mundial... El Mineirazo.
Un resultado inimaginable, no sólo para Brasil, sino para cualquier equipo que es capaz de avanzar hasta tal ronda del torneo, que no admitió matices ni para el ganador, Alemania, ni para el perdedor, devorado sin pausa por el bloque germano; después campeón del mundo, entonces el conjunto que desbordó y destrozó a Brasil.
Del Maracanazo al Mineirazo, del 16 de julio de 1950 al 8 de julio de 2014, de los goles de los uruguayos Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia a los de los alemanes Muller, Klose, Kroos (2), Khedira y Schurrle (2), los cinco primeros en media hora, con una distancia entre el 0-1 y el 0-5 de sólo 18 minutos... Del silencio de Maracaná a las lágrimas, los 'olés' o los silbidos del Mineirao.
"Indignación, revuelta, dolor, frustración, irritación, vergüenza, pena, desilusión". La prensa brasileña, en este caso el diario 'Lance', se explayó en los calificativos. No fue el único. Hubo más: 'Vergüenza, vejación, humillación'; 'humillación en casa'; 'Brasil sufre la peor derrota de su historia'...
"El responsable de esta derrota soy yo. El resultado catastrófico y los jugadores intentarán repartir la culpa en todo el grupo, pero el responsable del esquema táctico y de cómo jugamos soy yo. Esta fue la peor derrota de mi carrera y, si lo pienso, este fue el peor día de mi vida. Pero la vida continúa y no acaba con esta derrota", asumió con rotundidad Luiz Felipe Scolari, que duró seis días más en el cargo, hasta el 14 de julio.
Un día antes también perdió 3-0 con Holanda por un tercer puesto que era ya intranscendente para Brasil.
El técnico fue devorado por la derrota en las semifinales, pero también por la propia presión que se había marcado él y todo el país en un Mundial que jugaba en casa y que sentía que debía ser suyo sin concesiones, sin término medio entre el éxito, ser campeón, y el fracaso, todo lo demás, con una exigencia asumible, pero enorme.
Ganar el torneo era una "obligación" para él, según expresó el entrenador cuando fue elegido para tal desafío, el 29 de noviembre de 2012 en el lugar de Mano Menezes. "No somos favoritos ahora, pero pretendemos serlo al llega al Mundial", anunció en aquel momento 'Felipao'. Lo fueron, porque ganaron en 2013 la Copa Confederaciones, porque tenían a Neymar y porque eran los anfitriones.
Mucho más por eso que por el fútbol que desplegó durante todo el torneo de 2014. No era previsible un 7-1 con Alemania en las semifinales, pero Brasil bordeó el fiasco mucho antes, en un cúmulo de indicios que recondujo primero pero que confirmó después; una serie de síntomas que derivaron en el Mineirazo el 8 de julio.
Remontó a Croacia con más dudas que certezas (3-1) en su estreno, con un penalti inexistente incluido; empató sin goles contra México y el portero Guillermo Ochoa y cerró la primera fase como líder de su grupo con un 1-4 a Camerún, mucho más amplio en el marcador que en el juego, de nuevo agarrado a Neymar, la luz entre las sombras.
La tanda de penaltis en octavos de final frente a Chile, porque Julio César fue el mejor en el momento definitivo, al detener dos lanzamientos tras el 1-1 de los 120 minutos de partido, y dos acciones a balón parado en cuartos frente a Colombia culminadas por sus centrales, Thiago Silva y David Luiz, la sostuvieron después, sin intuir que el viaje, ya sin Neymar, que sufrió una fractura en la columna en ese duelo, conducía hacia el fracaso más impactante.
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