Luis Miguel Pascual
París, 16 jul .- Didier Deschamps no tiene complejos a la hora de celebrar su Mundial pese a no haber hecho un juego brillante. El técnico vascofrancés asume que su seña de identidad es el pragmatismo y una capacidad fuera de lo normal para motivar a sus tropas.
"No abandonéis nunca", les ha repetido una y otra vez a un grupo de jóvenes talentos a los que ha conducido a conquistar en Rusia la segunda estrella 20 años después de que fuera el capitán del equipo que se proclamó campeón del mundo por vez primera en su territorio.
Deschamps, a quien nadie otorga particulares dotes tácticas, se ha servido de su capacidad de adaptación para igualar al brasileño Mario Zagallo y al alemán Franz Beckenbauer, los dos únicos que, hasta ahora, habían ganado el Mundial como jugadores y como entrenadores.
El técnico francés ha aprendido a convivir con el "sambenito" que le han colgado de ser un entrenador con fortuna, una imagen representada en Francia con una gata que le acompaña en todos sus éxitos.
Las tertulias deportivas de radios y televisiones ironizan incluso reproduciendo el sonido de un felino cuando hablan del seleccionador que les ha llevado al paraíso.
El propio Deschamps bromeó sobre ello cuando un periodista africano le preguntó por su celebérrima fortuna en la rueda de prensa posterior a la final en el estadio Luzhniki: "Si hasta en Kenia hablan de eso, no me lo voy a quitar nunca de encima".
Suerte o no, Deschamps ha regenerado a un equipo que heredó roto, destrozado por las guerras intestinas y que, en seis años, llevó a unos cuartos de final en Brasil, a la final de la Eurocopa en 2016 y ahora a la cúspide del fútbol mundial, 20 años más tarde.
"Puede que algunos consideren que no hemos sido los mejores, pero si somos campeones del mundo debe ser que hemos hecho las cosas mejor que los demás", asegura el entrenador, satisfecho de su obra.
Dechamps se abonó al resultado y de él pendió su futuro. Comenzó su andadura en Rusia bajo la sombra de Zinedine Zidane, el mismo que 20 años atrás ocupó el primer lugar del escenario cuando la Francia que él capitaneaba logró su primer Mundial.
Nunca quiso otro lugar. La sala de máquinas es su puesto predilecto, en el que jugó toda su carrera, donde forjó su personalidad que, ahora, prosigue desde los banquillos.
Al abrigo de las luces, ha sabido capitalizar los éxitos y evitar los escándalos. Él era el capitán del Olympique de Marsella condenado por comprar partidos y una pieza importante de la Juventus de Turín acusada de dopaje. En ambos casos, su figura salió indemne.
"Una parte importante del trabajo del entrenador reposa en la psicología. Lo más importante ahí es saber hacer un buen grupo de 23, porque tienen que convivir durante 55 días y hay que buscar los buenos equilibrios", señala el técnico.
Con esas herramientas, logró espantar el fantasma de su amigo Zizou, que había abandonado el Madrid tras ganar su tercera Liga de Campeones y a quien nadie veía en otro puesto que no fuera el banquillo de Francia.
Para ello se apoyó en la fuerza del grupo, que ha construido con sus manos, casi como un orfebre, limando cada aspereza, con la suavidad de un artesano cuando requería finura, o con fuerza cuando fue necesario.
Así gestionó el "caso Benzema", en el que, tras la imputación del madridista por complicidad en el chantaje a un compañero con un vídeo sexual, renunció al máximo goleador de su equipo en beneficio de la convivencia del grupo, una decisión que asumió en primera persona, por la que le habrían pedido cuentas en caso de derrota.
Deschamps asegura, humilde, que no es el mejor técnico del Mundial, trofeo que recibió anoche tras la victoria de su equipo.
Pero el vascofrancés es un maestro a la hora de generar grupos para situarles por encima de sus expectativas, como el Mónaco al que condujo a la final de la Liga de Campeones en 2004, al Marsella que llevó a la victoria en la liga de 2010 o a la Juve que reintegró a la primera división en 2007 tras un paso por el infierno.
Es probable que, tras este Mundial, nadie hable del "estilo de Francia" y pocos colegas quieran que su equipo juegue como el de Deschamps. No generará estilo, pero eso a él no le importa.