Quizás estemos ante una de las temporadas con los puestos europeos más baratos de los últimos tiempos. Los equipos lo saben y por ello no darán ningún tipo de tregua. Europa significa dinero, prestigio y quién sabe si la gloria.
El Betis afronta las últimas diez jornadas con la imperiosa necesidad de alcanzar el objetivo de la entidad para esta campaña. A pesar de tener un calendario notablemente asequible, el conjunto verdiblanco no lo tendrá nada fácil. Casi una decena de clubes aspiran a colarse en el vagón europeo y todos quemarán sus naves para intentarlo. Demasiados equipos para tan pocas vacantes. De sobra es conocido que, si el Barça logra el doblete nacional, cualquiera puede adjudicarse hasta la séptima plaza. Cualquiera.
El Betis dejó atrás un largo pasado de mediocridad institucional y deportiva que lo llevó a la ruina. Ningún bético quiere ni querrá recordarlo. O sí; quizás sirva para saber qué es lo que el beticismo no debe revivir.
Para huir de esa mediocridad se apostó por un proyecto ambicioso, con cimientos ambiciosos y gente ambiciosa (algunos más que otros). Tan mal se hicieron las cosas en épocas anteriores, que el nuevo proyecto tuvo brotes verdes casi desde el inicio. No era complicado mejorar lo anterior.
Sin embargo, seguir creciendo cuesta más. Si el Betis quiere engrandecerse como club y como institución debe asentarse en Europa. Asentarse significa asentarse, no estar de paso. De nada sirven las subidas y bajadas. Eso es simplemente un oasis en medio de la inseguridad. Solo aquel que consigue mantenerse en la cúspide borda su nombre con grandeza.
Los dirigentes del Betis saben que no repetir Europa el curso que viene sería un tremendo fracaso. El crecimiento de presupuesto y el nivel de los fichajes dependen de ello. Por el momento, el equipo no está mostrando ni regularidad ni frescura; por eso se huele el temor. Los competidores están fuertes y es ahora cuando el Betis necesita más que nunca el aliento de los suyos. El futuro pasa por Europa. No hay otra opción.