Después de tres meses, casi cien días, volvió el fútbol al Benito Villamarín. Lo hizo en una noche atípica en el que el silencio fue la nota predominante que contrastaba con tantas tardes en la que los sonidos poblaron Heliópolis con los partidos del Betis. Un ambiente muy distinto y llamativo al habitual, por más que durante este tiempo cualquiera se pudiera hacer a la idea.
Para empezar una previa sin aficionados ni los colores verdiblancos tan característicos. Si acaso algún curioso, que observaba y desde la distancia lanzaba una fotografía para recordar el atípico momento. Nada de los corrillos prepartido donde los aficionados opinan, de murmullos, de cánticos. El silencio absoluto y el blindaje del estadio para un encuentro sin aficionados.
Tampoco en el interior del estadio, donde se escuchaban los pájaros. La salida de los jugadores al calentamiento, tras lo sucedido en el derbi, probablemente hubiera dejado sonidos diferentes a los que se vivieron en la previa del duelo contra el Granada. Sólo el sonido del contacto del balón, los gritos de los jugadores, alguna música de fondo y las voces de los narradores radiofónicos y televisivos.
Luego sonó el himno del Betis sin el acompañamiento de la hinchada y comenzó a rodar la pelota. Las voces de los jugadores tomaron protagonismo, también los ánimos y aplausos de los que estaban fuera en el banquillo. El extraño silencio del Villamarín, los sonidos escondidos.
Todo en en el primer partido en casa después del parón provocado por el coronavirus. Nada que ver a la atmósfera que se vivió en el último partido en Heliópolis el pasado 8 de marzo, contra el Real Madrid, donde el colorido y los sonidos fueron los que tantas veces se escucharon en el Benito Villamarín. Tres meses y ocho días regresó el fútbol a Heliópolis.