Por Luis Villarejo,Madrid, 10 ene (EFE).- Calza Toni Kroos un 8,5 UK, un 42,5 en España. Un número no demasiado grande para el somatotipo de su perfil. Es Kroos un futbolista fiel a sus botas de siempre, a un modelo Adidas denominado Adipure, que no cambia por nada del mundo. Los demás prueban todos la tabla de colores pantone, pero él mantiene la tradición y no innova. El vive feliz con sus botas blancas con las tres bandas míticas negras y el talón azul.,Y seguramente no es por algo maniático,
Por Luis Villarejo
Madrid, 10 ene .- Calza Toni Kroos un 8,5 UK, un 42,5 en España. Un número no demasiado grande para el somatotipo de su perfil. Es Kroos un futbolista fiel a sus botas de siempre, a un modelo Adidas denominado Adipure, que no cambia por nada del mundo. Los demás prueban todos la tabla de colores pantone, pero él mantiene la tradición y no innova. El vive feliz con sus botas blancas con las tres bandas míticas negras y el talón azul.
Y seguramente no es por algo maniático, sino por el confort y la comodidad con la que Toni Kroos golpea el balón, un guante en su pie derecho, una delicia para la estética del espectador. Le ofrecen renovar la colección de su calzado todos los años, pero como aquel viejo anuncio de televisión del detergente, él dice no y no.
Toni Kroos es un futbolista clásico. Motor alemán, fiable siempre, es sin duda uno de los fichajes más rentables en la historia del Real Madrid. Es un futbolista con quien sus compañeros disfrutan en los entrenamientos.
Su golpeo de empeine interior es famoso en Valdebebas. Los compañeros mantienen los ojos como platos cuando ven el toque tenso, vertical y milimétrico del alemán. Pero sobre todo admiran su rapidez de ejecución, su precisión. La misma que tuvo este miércoles pasado en Yeda, al colocar un gol olímpico al Valencia CF en la semifinal de la Supercopa de España.
La dificultad del golazo de Kroos no es embocar la pelota en el portal de Jaume Domenech. Sin prisa, con pausa, uno puede atinar en la parábola y encontrar la red. Sin embargo Toni Kroos donde entusiasma es en la urgencia del toque, en el radar visual que le permite ver al portero rival entretenido en mitad del área pequeña y de primeras y sin impulso, tocar con exactitud desde la esquina y clavar el gol que abrió el camino de la victoria del Real Madrid.
Los goles dan vida. Muchos de los autores de goles famosos que han pasado a la historia perdieron el control de su gol el día después. Hay relatos fascinantes.
Ronaldo y su gol del búfalo regateando a los jugadores del Compostela, siendo jugador del FC Barcelona, acabó en los tribunales. Los jugadores driblados demandaron a Nike por un anuncio publicitario. Querían sus royalties. La bomba inteligente, la comba inolvidable de Roberto Carlos a Francia en Lyon en 1997, sirve de ilustración para explicar una ecuación en la Escuela Politécnica de París; el gol de Iniesta en el Mundial de 2010 en Sudáfrica dio el primer Mundial a España, pero también un incremento del consumo en un 2,4 por ciento del número de personas que consumieron helados Kalise en 2011, marca de la que Iniesta era imagen.
Toni Kroos y su gol sirven de excusa para recordar por qué su gol es olímpico. Y rememorar una etimología que nace en el tanto que firmó el argentino Cesáreo Onzari ante Uruguay, en un amistoso jugado en Buenos Aires, en 1924, poco después de que La Celeste se hubiese proclamado campeona olímpica en París.
Hacía pocos meses que se había cambiado la norma para permitir que fuera legal un gol de saque de esquina y Onzari fue el primero que lo anotó de esa forma. Hasta entonces no valía el gol de córner.
Como Cesáreo Onzari dio el triunfo a Argentina, la prensa lo destacó como “el gol a los olímpicos”. Aquella gesta con el lema abreviado es conocido ahora con el apellido de “gol olímpico” por deformación de la frase.
Bienvenidos los goles olímpicos. Frutos de la calidad, de la picardía y el toque magistral de futbolistas como Toni Kroos que dignifican el fútbol en medio de tanto ruido.