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Zapater, icono del zaragocismo

D.M.

Se apuran las últimas horas antes de que de comienzo el derbi aragonés, un partido entre Real Zaragoza y SD Huesca convertido en algo especial que va más allá de lo meramente deportivo. Una rivalidad regional que supera con creces el valor de los tres puntos en juego, aunque en esta ocasión, además, sumar sea trascendental para ambos conjuntos.

Y es que el fútbol es un deporte dado a la mística y a la trascendencia por encima de lo que sucede sobre el césped, dotado de la capacidad de crear recuerdos imborrables en el aficionado, en cuya retina quedan grabados momentos históricos ligados a eso que está considerado como algo más que un deporte. En el Real Zaragoza no serán pocos los que guarden en la memoria la imagen de Los Magníficos paseando la Copa sobre el techo del autobús; la carrera de Rubén Sosa tras marcarle al Barça en la Copa del 86; Higuera celebrando con la grada tras anotar el último penalti en la Copa del 84; el Negro subido al larguero en la mágica noche de París o la locura desatada del Hueso Galletti corriendo sin camiseta en la noche de Montjuic.
Todos ellos son iconos del zaragocismo, una colección de momentos inolvidables para todo aficionado que se precie que vuelven una y otra vez a la memoria, más ahora que el equipo se encuentra en horas bajas. Pero quizá no haga tanto desde la última vez que una imagen se coló en el recuerdo del aficionado blanquillo. Fue en el último derbi aragonés, el pasado cuatro de septiembre de 2016. Un partido tenso e igualado en el que ninguno de los dos equipos había sido capaz de ver portería antes de unos minutos finales que se antojaban vibrantes. Los blanquillos apretaban y del barullo tras un córner emergió la zurda de Jorge Casado para darle la victoria a los locales en el último suspiro.
Mientras las miradas se centraban en la carrera del jugador andaluz emergió como salido de la nada el capitán. Un Alberto Zapater absolutamente enloquecido que sentía los buenos presagios que acabarían torcidos en el año de su vuelta, una temporada para el olvido. Pero su imagen, la del rugido del león bordado en el pecho, la del ejeano convertido en todo corazón, esa será recuerdo imborrable y hasta la fecha, el último icono de un necesitado zaragocismo.

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