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Y tras Reyes, "temblaron los cimientos del Pizjuán"

Hace ocho años, también en el mercado de invierno, José Antonio Reyes se despidió del Sevilla y puso rumbo a Londres para jugar en el Arsenal. Lo hizo dejando claro que su deseo era regresar más pronto que tarde al club en el que creció: “Me voy pero no es un adiós definitivo ya que espero volver cuando acabe en el Arsenal, porque el Sevilla es el club que más quiero”, dijo el atacante utrerano, que entonces tenía 20 años. No tuvo ocasión de despedirse de la afición sevillista, pero le dejó un mensaje de amor: “Siempre la llevaré dentro”. Y voló rumbo a Highbury, al tiempo que sus compañeros del Sevilla se desplazaban a la capital de España para enfrentarse, curiosidades de la vida, al Atlético de Madrid, club del que ahora procede.

Aquel adiós, aunque sonara a un hasta luego, dolió a una buena parte de la afición sevillista. Porque Reyes era el nuevo ídolo, “la bandera del Sevilla para su centenario”, como lo definió José María del Nido poco tiempo antes, y, sin embargo, se marchó antes de que la entidad cumpliera los cien años. En la rueda de prensa en la que el presidente anunció su venta, con un grupo de seguidores protestando en las afueras del estadio, Del Nido justificaba la operación: "Yo lo que dije es que no se vendería si no llegaba una oferta que hiciera temblar los cimientos del Sánchez-Pizjuán, y ésta lo era". No sabía entonces el abogado hasta qué punto llegaría a estremecerse, para bien, el feudo sevillista tras la salida de su joven promesa.
La venta de Reyes fue la primera gran operación de Del Nido. El Sevilla sacó más de 25 millones de euros, abriendo una era en la que la entidad se saneó económicamente, entre otras cosas, gracias a una serie de traspasos que dejaron un buen montante en las arcas del club: Sergio Ramos, Julio Baptista, Daniel Alves, Christian Poulsen, Seydou Keita, Adriano Correia... Reyes se marchó entre lágrimas, pero contribuyendo indirectamente a que el Sevilla se hiciera más grande. Grande en España y grande en Europa. A partir de entonces, gracias a una excelente gestión económica y deportiva, temblaron los cimientos del Sánchez-Pizjuán, y de qué forma, no sólo a base de cifras extraordinarias, de grandes ofertas —las que empezaron a llegar por jugadores que el Sevilla compraba barato y vendía a precio de estrellas—, sino con la consecución de títulos: dos Copas de la UEFA, una Supercopa de Europa, dos Copas del Rey y una Supercopa de España.
Reyes causó sensación en su llegada al Arsenal, con el que consiguió una Premier League —fue el primer español en hacerlo— y alcanzó la final de la Liga de Campeones en 2006, que el conjunto gunner perdió ante el Barcelona. Ese mismo año, jugó el Mundial de Alemania con la Selección Española. Sin embargo, comenzaron los problemas en la capital inglesa, a la que no terminó de aclimatarse. Con el Real Madrid en escena, el jugador, incluso, no quiso disputar una previa de Champions League con el Arsenal, y Arsene Wenger sentenció al utrerano. Ramón Calderón lo llevó al Santiago Bernabéu —en un trueque con otro ex del Sevilla, Baptista— pero Reyes no consiguió con Fabio Capello el protagonismo deseado. En cambio, contribuyó con goles decisivos a que el Madrid consiguiera el título de Liga.
Su paso al Atlético, más que ilusionante fue traumático. En el Vicente Calderón tenían demasiado que perdonarle: no podían recibir con agrado a un jugador que acababa de darle un Campeonato al eterno enemigo; y que, antes de fichar por el Real Madrid, no respetó un precontrato que tenía con los rojiblancos. Así, antes de que consiguiera brillar y recibir el calor de la grada —que, hay que recordar, pedía al utrerano que se quedara después, incluso, de que éste manifestara su deseo de volver al Sevilla—, antes de que alcanzara dos sorprendentes títulos como la Europa League y la Supercopa de Europa con el Atlético, tuvo que salir al Benfica. Allí, afortunadamente, conoció al último hombre que logró sacar su magia, recuperar su mejor versión: Quique Sánchez Flores. Ni antes ni después, pocos más supieron entenderle. Quizás, sólo Joaquín Caparrós.
Ahora, con su vuelta al Sevilla, José María del Nido —que vive su peor momento personal y como presidente— cierra otra gran operación: aquel joven ídolo de la parroquia sevillista regresa ocho años después aún con ganas de demostrar su valía —pues da la sensación de que, pese a su trayectoria, aún debe sacarle rédito a sus cualidades—, con algunos años de fútbol por delante y por una octava parte de lo que se fue. La afición del Sevilla es consciente de que Reyes atesora una calidad que todavía puede alegrar muchas tardes en Nervión, que debe contribuir a que el equipo crezca y mire de nuevo a la máxima competición continental. Un golpe, además, para un equipo como el Atlético, que, aunque en horas bajas, tiene el mismo objetivo que el Sevilla. Si Reyes no se acomoda, si Marcelino sabe leer a Reyes y viceversa, su vuelta dará frutos.

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