La ciudad hispalense siempre ha contado con personajes ilustres ligados a las hermandades y cofradías. Uno de los más señalados en la primera mitad del siglo XX fue Ramón Sánchez-Pizjuán el presidente más glorioso de la centenaria historia del Sevilla. Una vida ligada a los negocios que tendría su final más cruel el 28 de octubre de 1956 cuando falleció por parada cardiorespiratoria en su residencia de la calle Álvarez Quintero.
Desaparecía así el mejor presidente de la historia del Sevilla Fútbol Club, que no pudo ver terminado el estadio que llevaría por siempre su nombre o los éxitos que cosecharía el equipo en los años posteriores, con un subcampeonato de liga o la primera clasificación del equipo a la Copa de Europa. Algo de lo que sí pudo disfrutar es de las tres copas del Generalísimo que el equipo consiguió durante sus dos etapas como presidente de la entidad.
Lo que pocos saben es que el presidente, el día de su muerte, fue amortajado y enterrado en su tumba con la túnica del Gran Poder, que quedará por siempre ligada a él. Y entre las manos cruzadas llevaba un crucifijo y un rosario.
"Ilustre abogado y presidente del Sevilla, caballero de todos conocido y estimado, persona que no sólo destacó por su pericia profesional o su eficacia al frente de la dirección deportiva del equipo antedicho, sino también por sus cualidades humanas y por su gran amor a nuestra ciudad", así lo describían a un hombre que no sólo fue importante para la entidad, sino que dejó un vacío enorme en la ciudad.
Antes de partir a otra vida, su amigo Ramón de Carranza le dedicó estas palabras: "Querido Ramón, ahora te vamos a dar tus amigos, entre los que me honro, cristiana sepultura, y al día siguiente a la entrega de tu cuerpo a la tierra, nos ponemos manos a la obra y tu sueño de que el Sevilla FC tenga un gran estadio, se verá hecho realidad. Ramón, vete tranquilo al cielo que tus deseos serán cumplidos".