Se fue la primavera, la sevillana, se fueron capirotes y lunares, se fueron meses de vida, y se fueron vidas, a decenas de miles. Pero el fútbol no se ha ido. El fútbol se quedó latente y ha vuelto a respirar. Este jueves de Corpus el fútbol se hizo carne y la carne se hizo derbi. El derbi sevillano. Regresó el más grande de los partidos para abrir la seguramente más grande de las competiciones de clubes. Y lo hizo de forma especial, única. Pero que se quede ahí, en una única vez.
Porque este derbi único se tiñó de silencio. De un silencio de júbilo, de un silencio de sonidos aislados, de un silencio de ruidos caseros, pero de silencio en las gradas, salvo por los pájaros. Los pájaros al anochecer no se han perdido ni un día de calle. Ni un día de confinamiento, ni un aplauso. Ni tampoco se perdieron el derbi. Dulce graznar de esos pájaros de Juan Ramón que seguirán cantando por siempre. Ellos fueron testigos de un himno metálico, de unos aplausos sordos y unas emociones contenidas. Mejor así por lo que nos rodea. Pero eso no quita que el derbi haya sido tan distinto... tan único que haya solo uno.
Ni problemas para aparcar, ni problemas en los bares, ni problemas en la previa. El partido de la máxima rivalidad sevillana se acercó haciendo mucho ruido allén de Nervión, pero poco en sus dominios. Llegaron los buses entre sirenas de policía, banda sonora del silencio. Con la percusión de los golpetazos en las ventanas verdiblancas primero, rojas luego, con más estupor. Con algunos gritos de un centenar de aficionados que desafiaron con equilibrio el silencio de la tarde para vitorear o repudiar. Para hacerse sentir en definitiva. Y allí que revoloteaban los pájaros sobre el Pizjuán.
Un termómetro en lugar de bengalas, una megafonía en lugar de gargantas, desinfecciones en lugar de charlas, guantes en lugar de buenos deseos del color que fueran, mascarillas en lugar de sonrisas de agobio, sillas en lugar de corazones. Ese fue el derbi antes del derbi. Y allí estaban los pájaros volando en círculo sobre el césped de Nervión.
Y gracias, porque es un regalo volver a ver fútbol, volver a contarlo, vivirlo, analizarlo. Que este derbi sea único. Uno, gracias, y no más. Los próximos los de siempre. Y que los pájaros sigan cantando sobre el Pizjuán, pero que no se les oiga más entre gritos de aficionados.