Estas circunstancias extrañas en las que ha regresado el fútbol dan pie a situaciones variopintas. El Levante UD ha aprovechado que el Real Madrid está jugando en Valdebebas –porque si no es así…- para dejar el Ciutat de Valencia, que está en obras, y desplazarse hasta la localidad alicantina de La Nucía, a más de 150 kilómetros de la capital del Turia, y jugar sus partidos en un buen estadio… de pueblo.
Para hacerse una idea, es como si el Sevilla FC se hubiera ido a jugar a Ayamonte o a Isla Cristina. No es esto una crítica, sino un aviso para constatar que para codearse en el lujo de los sorteos de la Champions League, soñar con bayerns, borussias o manchesters, hace falta bajar al barro durante un montón de meses y en los escenarios más variopintos. Y tiene trabajo Julen Lopetegui por delante para que el fantasma de ponerse por delante deje de agobiar al sevillismo como sucede desde que en septiembre el equipo se tirara por la borda en Ipurúa.
Quedan nueve partidos y el Sevilla despierta buenas sensaciones. Ha sido superior a sus rivales en el 90% del tiempo que ha jugado en esta reanudación, apenas ha concedido disparos a puerta y parece que físicamente está bien. Pero es menester que no se pierdan más puntos así, una constante peligrosa, sonrojante y, sobre todo, cabreante.
Dentro de poco más de un mes acabará la competición, de momento las cosas pintan bien, pero es menester que entonces, entre playa, chiringuito y piscina, el sevillismo no se acuerde de los dos puntos que se dejó en un pueblo de Alicante de 18.000 habitantes.