Hace ya un tiempo, o sobre todo desde que llegó Lopetegui, el Sevilla se hace grande en los escenarios de peso y los rivales que sobre el papel son superiores a él, sea por pedigrí, historia o millones, son golpeados y tienen dudas.
Sin embargo, la secuencia de buenos partidos ante equipos de categoría a domicilio ha cambiado con respecto a otras etapas. Ojo, tiempos buenos en los que el Sevilla campeonaba. Con buenos entrenadores en el pasado como Emery o Sampaoli, el Sevilla perdía y caía goleado en campos como Camp Nou, Bernabéu, Wanda, Emirates o Turín. Eso ha cambiado.
Nombre por nombre, quizá el Sevilla no sea un equipo que uno se lo escoja en el FIFA. En esa faceta y con los millones invertidos, probablemente el Chelsea puede estar por delante. Sin embargo, como equipo es un bloque. Un bloque compacto, solidario y ganador. Los nuevos ya se van enterando de qué va la película. Rakitic mejoró y Acuña ofreció más. Por otro lado, lo de Fernando no es normal y Ocampos es pura energía.
Es cierto que arriba siguen faltando cosas. Normal, por eso es el Sevilla. Su entrenador lo sabe y tiene el plan para que se note lo menos posibles. El equipo esconde bien sus debilidades y eso es mérito de todos, pero sobre todo del entrenador.
La línea está marcada claramente. Este equipo es proyecto de no tener límites, pero todavía le queda un saltito para ser una realidad entre los más grandes del continente. En el club lo saben y la paciencia es buena consejera. Medio plazo de trabajo, no más, pero ese es el camino. Mientras tanto, empates como el del Chelsea son extraordinarios para reforzar eso, la marca Sevilla.