Poder elegir es un don sin ninguna duda. Aquella persona que es capaz de tener varias alternativas abiertas dentro del abanico de opciones, lo hace bien y además tiene fortuna. Eso es el Sevilla de cara a gol lo que pasa es que le falta lo segundo.
Lo hace perfecto casi todo. Llega con ritmo y velocidad, mueve al rival de lado a lado, domina la pelota al primer toque, en corto o en largo. Pero para marcar necesita sangre, sudo y lágrimas.
Dicen los entrenadores que mientras que el equipo llegue arriba y cree ocasiones no hay nada de lo que preocuparse. Lopetegui entonces debe estar súper tranquilo. Ante el Rennes, el Sevilla dominó todos los conceptos del juego y falló, al menos, seis ocasiones claras. Dos de ellas se estrellaron contra el larguero de la portería de Gomis.
Sea a base de entrenamientos, confianza o trabajo, el Sevilla tiene que manifestar en el marcador las diferencias que han existido sobre el campo. Tiene que hacerlo porque es lo justo, pero sobre todo porque eso llena de moral a los jugadores, les otorga confianza y provoca respeto en el rival. En la élite los detalles cuentan mucho y el gol no es uno cualquiera.
Por lo demás, se volvió a ver al Sevilla de las grandes citas. Crecido, mandón pero poco contundente. Firmó un gran encuentro pero faltó bastante la matrícula de honor. El abanico está abierto sobre la mesa y el Sevilla tiene que aprender a abanicarse.