Se ha ido hasta la flor

Ni con lesiones ni sin lesiones. Así no se va a ningún sitio. El Sevilla ha perdido su alma, su presión, su capacidad de intimidar en cualquier campo. ¿Dónde está ese equipo que, con sus carencias, atosigó al Bayern de Múnich? El equipo no es el que era en fútbol, ni en resultados ni en intenciones. Ni flor tiene ya. Así, pues pasa lo que pasa.

Primera parte de las tres cartitas. Probablemente fue por la incapacidad de los sevillistas y por el buen hacer del West Ham. Ellos salieron arriba, apretaron, ganaron duelos e hicieron daño. Durante 20 minutos parecía que el Sevilla había encontrado la fórmula para dormir el partido y hacer algo de daño, pero todo quedó desbaratado con el gol de Soucek.

La segunda mitad fue un calco de la primera. Los ingleses entraron fuertes en el partido, Bono en plan salvador dio vida a los suyos, y después el Sevilla ejerció una posesión inerte. En ese momento,  sin llegar a penas, lo mejor era que el partido se fuera a la prórroga.

Todo lo que quedó fue un puro sufrimiento. El Sevilla buscó como loco la prórroga y posteriormente los penaltis. Es cierto que el equipo está mermado, muy mermado. Tanto que acabó la prórroga con Munir y Luismi en las bandas. No obstante, la idea, la intención y el devenir del partido indicaban un calificativo del club en la Europa League. El Sevilla pareció durante muchos minutos un equipo pequeño. En su competición fetiche. Dio sensación de no hacer daño, de ser incapaz de hacerlo. En esa incapacidad hoy es de justicia decir que el West Han tuvo mucho que ver.

Hoy todos recuerdan la tibieza con la que el Sevilla trató al West Ham en la ida. Debió cerrar allí el partido. En la vuelta, conforme iba avanzando el partido se iban acabando las opciones. Había menos fútbol en el terreno de juego y menos físico que el rival. Yarmolenko aprovechó una de esas, quizá la menos clara, y solventó una historia de decadencia plena.

Estocada al proyecto

Lopetegui es un enorme entrenador, pero las caídas en Champions, Europa League, la Copa y el nefasto nivel del equipo fuera de casa dan síntomas de agotamiento. O pega un arreón fuerte en la segunda vuelta por lo menos para adecentar el panorama, o esos síntomas de agotamiento atacarán directamente al cuerpo técnico que encabeza el entrenador.

Martial

Vino para marcar las diferencias y, de momento, nada de nada. Ni futbolístico ni a nivel espiritual. El jugador no transmite ni intenciones y eso es grave. Otro partido clave que aporta entre poco o nada.

Reflexión: de aquí al final de Liga, el Sevilla y su entrenador tienen que reencontrarse con el equipo de la primera temporada. Presión alta, atosigar al rival, seriedad atrás y dar la sensación de que puede ganarle a cualquiera. Recuerden la final de la Supercopa de Europa ante el Bayern de Múnich. Este Sevilla ni queriendo, ni con todos sus jugadores disponibles, se parece en intenciones a aquel equipo.