Puede ser casualidad. El Sevilla FC agónico, de carácter, de constancia, de creencia y confianza hasta el final volvió el mismo día que lo hizo Lucas Ocampos. Lo hizo, como el argentino, con multitud de defectos, con muchas cosas que mejorar, pero con una sonrisa de oreja a oreja.
Esa última carrera, esa presión desesperada que provoca una mano. Ese no dejar de luchar. Ese es el pura sangre Lucas Ocampos y ese, hasta que le robaron el alma, era el Sevilla. Incontable son las noches en las que Nervión ha explotado en el último suspiro, en el que el Sánchez-Pizjuán se agarró al nunca se rinde. Casualidad o no, el equipo volvió a gritar el mismo día que el '5' volvió al campo.
Cierto es, y merece la pena destacarlo, que el equipo ganó en el 88', que lo hizo de penalti, pero que antes de todo eso, como bien dice su capitán -que ahora además rinde a un gran nivel- hizo muchas, muchas, muchas, muchas cosas buenas. Ganó el que quiso ganar, el que perdió menos tiempo, el que encontró más hombres libres, el que más presionó y el que, desde el primer minuto, supo que podía hacerlo.
Dice el refrán que Roma no se construyó en un día, que viene a ser la lección de que hay pequeñas acciones que no se notan, pero que a la larga siempre tienen consecuencias. Esa presión de Ocampos a Iván Alejo, esa estirada de Bono en el césped para tocar el balón tras su error, esa última carrera de Navas para luchar y ganar algo de tiempo. Esta victoria ante el Cádiz. Son tres puntos más, pero no son iguales.
Hay noches y noches; partidos y partidos; goles y goles. Recuerden: Nervión, la salvación (si se consigue) de la temporada, tampoco se construyó en un día.