El Sevilla llega a Holanda a confirmar el pase a octavos tras el 3-0 de la ida pero con una idea fija: poner la máxima intensidad al partido para no caer en la relajación. No hay más que oír la intensidad del entrenamiento para entender lo que Jorge Sampaoli está insuflando a los suyos. Un sonido que pone los pelos de punta siendo que se produce, además, en un estadio que es templo para los sevillistas. Casi diecisiete años después de aquel 10 de mayo de 2006, el equipo regresa al lugar donde consiguió su primera Europa League. Vendrían cinco más en los siguientes años hasta convertirse en el club con más trofeos de la competición.
Gritos, choques, peleas de balón… cada milímetro del entrenamiento es una muestra de la actitud de un equipo que está pasando una de las peores temporadas que se recuerdan en muchos años pero que tiene la oportunidad en Europa de enderezar el rumbo. Pese a estar solo a tres puntos del descenso, las últimas jornadas han sido una muestra inequívoca de un cambio de rumbo. Con 10 puntos de 15 posibles en las últimas cinco jornadas, el Sevilla puede decir –sin que esto le permita caer en ninguna relajación- que la imagen del equipo ha cambiado. La llegada de Bryan Gil, uno de los más intensos en el entreno, ha dado aire fresco al equipo, necesitado de revulsivos desde el inicio de la presente campaña.
Compromiso crucial el de Eindhoven pese al resultado cómodo de la ida para certificar ese cambio de rumbo. Y algo más. Que la primera vuelta solo ha sido una pesadilla de la que ya se va vislumbrando el final. Qué mejor manera de confirmarlo que con el pase a octavos de su competición favorita y recuperando el espíritu de Eindhoven.