El Sevilla llega a Eindhoven, su gran templo europeo, con la obligación de confirmar el pase a octavos tras el contundente 3-0 de la ida ante el PSV. Los de Sampaoli, muy lejos de relajarse con ese resultado, han demostrado en el entreno previo al partido que están absolutamente entregados al sacrificio, el esfuerzo y la intensidad. Como muestra de esta actitud (que el equipo viene desarrollando en las últimas semanas, quizá desde la derrota copera en Pamplona), un rondo en el que Bryan Gil, recién llegado, enseña por qué el club ha vuelto a confiar en él. Intensidad en cada balón, choques y celebración de todo el equipo al robar la pelota como si de un gol se tratara.
Una actitud que debe de tener contento a Sampaoli, que desde que llegó puso el foco en una sola cosa: la mentalidad, el estado de ánimo de sus jugadores. Un estado de ánimo que a tenor de los sonidos del entrenamiento, está pasando seguramente por el mejor momento en lo que va de temporada. Un curso muy malo de los de Nervión –no hace ni un mes la palabra ‘descenso’ se empezaba a musitar entre la afición-, que se está enderezando en las últimas jornadas. Pese a seguir solo a tres puntos del descenso, 10 puntos de 15 posibles en las últimas cinco jornadas han permitido al equipo mirar a la segunda parte de la temporada con otro ánimo. Un buen papel en Europa (refrendado con el 3-0 de la ida al PSV) podría ser la vía para demostrar lo que casi todo el mundo sabe: que este Sevilla está diseñado para mucho más y la primera vuelta de la temporada 22-23 es solo una mala pesadilla. Sirva el rondo de Eindhoven como prueba de la resurrección.
En pocas horas, un duelo clave para la escuadra sevillista que por allanado desde el 3-0 de la ida no deja de requerir la máxima concentración. Un partido en un templo, Eindhoven, que debería servir, además de para confirmar el pase a octavos, para devolver al Sevilla aquel espíritu de 2006. El mismo que ha llevado al equipo en volandas por Europa durante los últimos 17 años.