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La 'Generación Budapest': los niños sevillistas que jamás olvidarán su primera final

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Budapest, capital de Hungría. 31 de mayo. Puskas Arena. Una ciudad, una fecha y un estadio que pasarán a la historia del Sevilla FC y de la memoria colectiva del sevillismo. El rey de la UEFA Europa League alzaba su séptimo título a 3.000 kilómetros de casa y ante los 13.000 sevillistas que poblaban las gradas, completando el mayor desplazamiento continental de su historia y acallando a la numerosa hinchada romana que ganaba por goleada, pero tan solo en cuestión numérica. Ninguno de los presentes olvidará este día, pero sobre todo un grupo heterogéneo y desperdigado por el estadio que veía ante sus ojos lo que tantas veces habían soñado desde que dejaron las nanas. Hablamos de la ‘Generación Budapest’.

Si la de 2020 tuvieron que verla todos los sevillistas desde sus casas por la maldita pandemia, la final de Basilea en 2016, la última con público, se disputó con toda una generación de niños que sienten en blanquirrojo demasiado pequeños para viajar. O directamente ni habían nacido. En Budapest, fueron decenas los padres que ‘se atrevieron’, firmaron autorizaciones para que sus hijos faltaran al colegio y se llevaron a sus pequeños sevillistas en un viaje agotador de miles de kilómetros para insuflarse, también a sí mismos, una de las grandes dosis de sevillismo que se reparten en estas finales.

Agustín García, uno de los niños de la 'Generación Budapest', en la víspera del partido.

Curro Reguera tiene 11 años y es abonado de Gol Sur, al que acude cada domingo junto a su padre. Volaron a última hora con la Federación de Peñas San Fernando y, junto a la imponente Basílica de San Esteban, atiende a ElDesmarque. Incapaz de contener la risa durante los primeros segundos, acaba confesando que es sevillista “porque mi padre y mi abuelo son del Sevilla y me gusta”. De hecho, su abuelo fue taquillero del Ramón Sánchez-Pizjuán durante décadas. Curro, que sí recuerda la final de Colonia, tiene claro que “sí” irá a más finales después de ésta. Cosas de esta generación que nada sabe de descensos o del ‘otro año igual’ de Nervión para finalizar una temporada insulsa tras otra. De hecho, hay sevillistas universitarios que nunca habían visto a su equipo pelear en la zona baja hasta esta temporada. Ellos son niños sevillistas de finales, en el mejor sentido de la expresión.

Curro Reguera, en el Puskas Arena.

El caso de Agustín García es peculiar, pues es un sevillista de Almería que, de hecho, no tiene ningún compañero ni amigo aficionado del Sevilla. Viajó de martes a jueves junto a su padre y su abuelo, pudiendo disfrutar de la gran cantidad de atracciones para niños que la UEFA había montado en la ciudad. Desde el Szimpla Kert, el emblemático Ruin Bar que se llenó de sevillismo durante dos días, este niño de 7 años explica que su hermano pequeño no ha podido viajar. “Hemos dejado a mi hermano en Almería, porque no había entradas, y me he traído su camiseta de recuerdo”. “Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre me hicieron sevillista”, explica. ¿Habría llorado si hubiera perdido el Sevilla? “A lo mejor”, confiesa. Todos saben que sí, pero se lo ahorró.

Agustín García, en el Puskas Arena con la camiseta de su hermano pequeño.

Cerca, en la concurrida galería Gozsdu Udvar, está Álvaro Fernández, que también ha viajado el martes con su padre y amigos suyos, y a sus 10 años también vive su primera final. “He venido en vuelo chárter, me lo dijo el jueves pasado y me dio mucha alegría”. Su pronóstico fue un 2-1 con dos goles de En-Nesyri y uno de Abraham, lo que denota que sabe bien de lo que habla. De hecho, ElDesmarque le interrumpió en una terraza en la que miraba con atención la repetición del partido de vuelta de la semifinal ante la Juventus. La mayor experiencia de este niño sevillista fue el corteo que la policía húngara hizo a un amplio grupo de aficionados nervionenses desde el barrio judío hacia el estadio. Casi una hora de camino en la que alucinó, inyectándose sevillismo en vena.

Álvaro Fernández, en el corteo camino del Puskas Arena.

Los niños sevillistas del Puskas Arena

Junto al Puskas Arena, una vez pasado el primer control, los niños del Sevilla se encuentran una instalación impresionante. Un parque infantil con atracciones de lo más modernas que hacen las delicias de todos ellos. Por un momento, varias decenas se entretienen como si fuera el parquecito de la explanada del Gol Sur del Sánchez-Pizjuán. Salvando las muchísimas distancias.

Curro, Agustín, Álvaro, Carlos y Javi eran demasiado pequeños en la última final europea con público y debutan en Budapest. Han vivido a un Sevilla campeón y tienen claro que volverán. Son niños sevillistas de finales, en el mejor sentido de la expresión.

Llegando al estadio damos con Carlos Castillo y Javi Padilla. A sus seis años, este último se hizo viral en las redes sevillistas al leer en una carta que su padre se lo llevaba a Budapest. Se volvió loco, gritándolo por la ventana de su casa a los cuatro vientos. Son la pura imagen de la niñez sevillista, uno con su camiseta de Erik Lamela y otro con la de Rakitic. Discrepan con el resultado pero no con el campeón, 3-0 y 2-0 dicen, y lo que tiene clarísimo Javi es lo que habría pasado en caso de derrota. “Me cabreo, me voy de aquí tirándome por el suelo”. Carlos también lo tiene claro, “yo, lo mismo que Javi”.

Carlos Castillo y Javi Padilla, a hombros de sus padres en el Puskas Arena.

Carlos y Javi son de esos valientes que salieron de madrugada desde Sevilla para volver prácticamente 24 horas más tarde. Vibraron, saltaron, celebraron y hasta lloraron junto a sus padres, como todos los protagonistas de este reportaje y los centenares de niños sevillistas que estuvieron en Budapest viendo a su equipo levantar la Séptima, posiblemente la final de los niños. Ni Carlos ni Javi llegaron ‘vivos’ al autobús que, desde la Fan Zone de Kincsem Park, les trasladaba al Aeropuerto Ferenc Liszt para regresar a casa. Habían vivido un día para el recuerdo. Tocaba volver a soñarlo desde el primer momento, no podían esperar.

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