Tras la llegada de Ilaix Moriba al Valencia CF, decía José Bordalás el hispano-guineano era un 8 o un 10 pero no un 6, un mediocentro defensivo. En San Mamés, sin Hugo Guillamón y con Racic tocado, Bordalás optó por juntar a Carlos Soler y a Ilaix Moriba en el doble pivote con el fichaje de invierno con un rol claramente más posicional por detrás del '10'. Moriba tuvo que adaptarse a las circunstancias y asumir unas funciones inesperadas en un duelo muy intenso y en un marco incomparable como es la Catedral del fútbol español.
Ilaix Moriba mostró una versión muy activa, con muchas ganas y voluntad. Se le vio atento en las vigilancias y contundente cada vez que le tocó luchar en un balón dividido pero evidenció la falta de costumbre en cuanto a movimientos y automatismos y de eso, el Athletic Club se aprovechó sobre todo en la primera mitad.
Ilaix mejoró considerablemente en la segunda mitad, con las mismas carencias y déficits pero con más ganas, voluntad y oficio si cabe, a pesar de su juventud.
En este sentido, Moriba dio un paso adelante, incluso en situaciones no estrictamente deportiva. Marcó terreno y autoridad en las muchas acciones de tensión que se produjeron durante el encuentro como la tangana en el descanso.
A Ilaix le tocó aventurase en situaciones en las que no estaba muy ducho y eso se notó. Le tocó bailar con la más fea en la falta lateral en la que el Athletic Club se adelantó en el marcador. Moriba tuvo que marcar a Raúl García en el segundo palo y ahí, el navarro es amo y señor de los cielos. Raúl García hizo lo que mejor sabe hacer, golear de cabeza. Su testarazo fue incontestable e Ilaix no pudo más que bailar agarrado a él para ver cómo se le imponía para adelantar a su equipo.