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Amberes 1920: Los Juegos de los vencedores en la Gran Guerra

Joaquín Anduro

Después de que se cancelara la VI edición de los Juegos Olímpicos Berlín 1916 por la I Guerra Mundial, el fin de la contienda llegó al mundo del deporte con la VII Olimpiada: Amberes 1920, ya que Coubertain decidió que la de la capital alemana, aunque no se disputasen Juegos, contaba como Olimpiada.

 
El mundo estaba fracturado después de que la primera Gran Guerra dividiera el mundo occidental en dos bandos. Precisamente los países pertenecientes al bando derrotado, los Imperios Centrales, se quedaron fuera de la Olimpiada por decisión del Comité Olímpico Belga.
Vencedores y derrotados no querían coincidir en Amberes, por lo que el barón de Coubertain, de vuelta tras combatir en las filas galas, tuvo que decidir entre penalizar al bando perdedor o respetar el espíritu olímpico. Y evitó tomar por él mismo esa decisión mandando a los belgas decidir, algo con un final previsible ya que Bélgica había sido arrasada por las fuerzas alemanas y austro-húngaras.
Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Rumanía, Bulgaria y Turquía no participaron por la resaca bélica. Tampoco Rusia, en plena Guerra Civil después de la Revolución Bolchevique que transformaría al país en la Unión Soviética.
Además, Bélgica se encontraba arrasada cuando Amberes fue elegida como sede, poco más de un año antes del inicio. Lo hizo cuando el COI la eligió por delante de Budapest, ciudad que se vio sin posibilidades al pertenecer a una de las naciones perdedoras en la guerra.

Los Juegos de la austeridad


Fueron unos Juegos austeros, como se demostró en la sencillez de los edificios construidos para la práctica de los 22 deportes que allí se presenciaron. El rey Alberto I los inauguró el 20 de agosto con dos elementos novedosos: el Juramento de los Atletas y la bandera olímpica, con los cinco aros representando a los cinco continentes que se mantienen en la actualidad.
"Juramos que nos presentamos en los Juegos Olímpicos como participantes leales, respetuosos de los reglamentos que lo rigen y deseosos de participar en ellos con espíritu caballeresco, por el honor de nuestros países y la gloria del deporte", reza el Juramento.
Estados Unidos volvió a dominar en el medallero con 95 medallas y 41 oros. Suecia y Reino Unido completaron el podio, mientras que la gran revelación fue Finlandia en su debut, una vez fuera de la órbita rusa. 34 medallas repartidas entre sus 60 deportistas fue el gran bagaje finlandés.
Dos estrellas sobresalieron entre todos ellos: Hannes Kolehmaisen y Paavo Nurmi. El primero, retirado ya del atletismo, recibió la petición de su federación para una última presencia tras convertirse en héroe en Estocolmo 1912: la maratón. A sus 31 años, Kolehmaisen se impuso antes de volver a dejar el deporte en activo.
Para Paavo Nurmi, Amberes sirvió como trampolín de inicio a una carrera que fue historia del olimpismo. Sus primeros éxitos en unos Juegos los consiguió en Amberes, con 3 oros y una plata para el ‘finés volador’, el mejor fondista europeo de la historia.

Estreno de la 'Roja'

Otra que se estrenó en esta edición fue la Selección Española de fútbol. Los Juegos Olímpicos de Amberes le dieron a la que más tarde sería conocida como la ‘Roja’ sus primeros partidos oficiales, incluyendo el debut con victoria por 1-0 frente a Dinamarca. Patricio anotó el gol, aunque el gran héroe del partido sería el portero, el mítico Ricardo Zamora, con sólo 19 años.
Suecia  e Italia sufrieron la ‘furia española’ camino de la medalla de bronce en una serie de partidos dominados por el juego sucio y la abundancia de faltas. Un bronce que se convertiría en plata después de que Checoslovaquia se retirase de la final del torneo con Bélgica, acusando a la selección local de amañar el partido. Los checoslovacos fueron expulsados y España ascendió al segundo puesto.
La otra medalla de España en estos Juegos, también de plata, llegó de la mano del polo. El equipo español consiguió el segundo puesto en la competición después de caer en la final con Gran Bretaña, gran dominadora de la época.
Los Juegos Olímpicos de Amberes estuvieron repletos de hazañas individuales que quedaron para la historia de las Olimpiadas. Dos estrellas en estos Juegos se harían famosos en años venideros, como el remero estadounidense de origen irlandés John B. Kelly, padre de la Princesa de Mónaco Grace Kelly.
El otro fue el nadador hawaiano Duke Kahanamoku, que siguió la estela de su gran actuación de Estocolmo con dos medallas de oro más en 100 metros libres y en el 4x100 libre. Sus exhibiciones como nadador alrededor de todo el país iban acompañadas de un deporte que apenas se conocía fuera de Hawai por aquel entonces: el surf. Gracias a él, el deporte de la tabla se hizo popular por todo el mundo.
Junto a ellos, de los Juegos de Amberes también permanecen en la memoria hazañas como la del italiano Nedo Nadi, con cinco medallas de oro en esgrima. Su alto nivel vino producido por la competencia en casa de otro de los grandes esgrimistas de la historia. Su hermano Aldo consiguió tres medallas de oro junto a su hermano en sable, florete y espada por equipos y una plata en sable en una final ‘Nadi contra Nadi’.

Medallista a sus 72 años

Esta edición tuvo el honor de presenciar al medallista más veterano en la historia de las Olimpiadas. El tirador Oscar Swhan, con 72 años, logró la plata en tiro al ciervo por equipos en los Juegos belgas. No era su primera medalla olímpica, en 1908 y 1912 el sueco ya lograría el oro en esa misma modalidad.
Edad que destaca al lado de Aileen Rigen. La saltadora de trampolín estadounidense logró el oro con sólo 14 años, y se convirtió en la vencedora de menor edad hasta los Juegos de Seúl 1988, cuando la nadadora húngara Krisztina Egerzsegi superó por unos días su récord.
Todo en unos Juegos que, con la salvedad del castigo a las Potencias Centrales comenzaban a llegar a más países. 22 de los 29 países representados obtuvieron medalla, incluyendo Luxemburgo. El haltera Joseph Elzin logró una plata, una de las dos únicas medallas del pequeño país en su historia. Hazaña como las dos platas de una Japón todavía prácticamente cerrada al mundo que comenzaban a escribir la historia universal de los Juegos Olímpicos.

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